En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (San Juan 11, 19-27).
COMENTARIO
El dialogo de Jesús con Marta que el Evangelio de San Juan hoy nos ofrece, es una preciosa joya para reflexionar sobre el camino de la fe. Es muy fácil, para quien se ha criado en un ambiente cristiano decir: tengo fe, creo, soy creyente… También lo es, pero por motivos opuestos, oir decir a quien no ha recibido este don en la familia o en su ambiente escolar: no creo, no soy creyente. Esas creencias o increencias son fruto de lo recibido, de lo que nos dejan los nuestros, como el color de los ojos o el piso en la playa de los abuelos.
Pero como pasa con todos los regalos, podemos usarlos a diario, descuidarlos y olvidarlos en un rincón o incluso tirarlos a la basura en un arrebato de furia.
Esa es la fe tradicional, de costumbres, la que casi todos tenemos. La fe de la Misa de los domingos y fiestas de guardar, la de los bautizos familiares y las comuniones de los primos. Y esa fe tradicional es muchas veces la única que conservamos a lo largo de nuestra vida. Por tradición y costumbre vamos a misa, rezamos por la noche al acostarnos, seguimos mas o menos unas sanas costumbres morales y llevamos a los niños a catequesis para que hagan la primera comunión como con nosotros hicieron. Y cuando nos olvidamos de esta fe, nos da pereza manifestarla o la presión ambiental se pone en contra, nos viene a la mente la abuela Rita, que tanto me cuidó, que me enseñó a rezar por la noche y me daba estampitas de la Virgen de su pueblo ¿Qué pensaría mi abuela si dejo sin bautizar a mi bebé? Pues aunque solo sea por no dar un disgusto a la abuela Rita, bautizamos al niño.
Somos y nos consideran creyentes, y esa plataforma en la que estamos, con sus hipocresías incluidas, es probablemente la base más segura para el siguiente paso, el que hoy escenifican Marta y Jesús.
Lázaro ha muerto y Marta, su hermana, en pleno sufrimiento por la pérdida de su hermano, con un espíritu activo y decidido, “sale al encuentro del Señor”, toma la iniciativa, va a buscarle. Se acuerda de su fe, de ese Jesús del que es amigo, oye que viene y sale a buscarle porque sabe que ahí está su único y verdadero consuelo.
Son muchas veces los momentos duros de la vida los que nos hacen levantarnos como Marta y salir al encuentro de Jesús, para recordarle que soy uno de sus amigos, que a pesar de todo, no me he olvidado de El, que quiero y me emociona creer en sus cosas del Cielo, en todo eso que de niño aprendí de boca de esa abuela Rita y que aun no he olvidado. Es la primera fase de la verdadera fe, tomarse la molestia de ir a buscar a Jesús de verdad. Salir de la pasividad e ir a su encuentro. Pero tras ese paso, en el que manifestamos una creencia general de vida, un ideal en el que vivimos, una fe teórica. “Tu hermano resucitará…” “Sé que resucitará en la resurrección en el último día”. La respuesta de Marta a la afirmación inicial de Jesús pone la base para el siguiente paso el más profundo y auténtico. Pasar de ser creyente a creérnoslo de verdad.
Cuando el Señor nos contempla así, levantados de la comodidad de una fe dormida o en coma, nos propone dar el siguiente paso, el mas serio y comprometido. Nos mira a los ojos y nos dice: ¿De verdad crees en mi? Como le dijo a Marta ¿Crees esto? Y esa pregunta es el punto de inflexión. Si decimos como Marta, Si, Señor: “yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” nuestra vida ya no `puede ser la misma. Hemos entrado en el club de los locos creyentes de verdad, el club de “los que se lo creen”, no de los que creen. Porque cuando te lo crees de verdad, vives lo que crees y entonces tu vida se transforma necesariamente y esa fe profunda, modifica todas las esferas de tu vida: el trabajo, tu vida personal con los demás, el sufrimiento, la muerte de los tuyos y la propia; todo lo que tienes y lo que pierdes cambia su significado. Todo queda afectado por esa creencia en una persona llamada Jesús al que mirando a los ojos has dicho: Si, te creo de verdad. Has dado el si personal, en el matrimonio, en el sacerdocio, en un convento o en un lecho de dolor y soledad. Ese sí de Marta, “tu eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” es la respuesta a la mirada de Jesús, una mirada personal que sólo se da a los que “salen a su encuentro”. La mirada que te dice con rotundidad: “Yo soy la Resurrección y la Vida: el que cree en mi , aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi no morirá para siempre”. Tras esto, ya no hay miedos serios en esta vida, todo se vuelve relativo, nada puede hacernos temer de verdad, se ve la vida con los ojos de la fe.
Cristo, o lo es todo para mi, o no es nada. La fe verdadera que nos propone el Señor es vivir cada instante de nuestra vida, por doloroso que sea, en la confianza de que “el que está vivo y cree en mi, no morirá para siempre”. Gracias Señor por tu amor y por darme, para llegar a ti, a una abuela Rita.