En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (San Juan 6, 35-40).
COMENTARIO
“En aquel tiempo dijo Jesús al gentío: Yo soy el pan de la vida”. Estamos escuchando el capítulo 6 de Juan. Acaban de participar en algo inaudito, la multiplicación de los panes y los peces en despoblado. Han comido y se han saciado de pan y pescado. El gentío una vez han merendado gratis, no pueden no cuestionarse: ¿Qué ha pasado? ¿Lo que acabamos de hacer qué implica en nuestras vidas?
Algunos al experimentar la alegría de una merienda popular en pleno campo, a orillas del lago, no han dejado de recordar algo que tantas veces han escuchado en la Sinagoga: al salir de Egipto el pueblo comió gratis el maná. Por cierto, dicen los rabinos que poseía todos los sabores. Nadie sabe ya qué era el maná. Saben que era un alimento que Moisés obtuvo de Dios para el pueblo. ¿Será que están ante un nuevo Moisés, con su mismo poder, con su misma misión de pasarlos de una situación penosa a una situación gloriosa?
Estas y otras muchas reflexiones se podían hacer aquellas gentes del gentío.
Jesús conoce sus pensamientos y quiere encauzar la reflexión.
No es un pan cualquiera. No es un Moisés dos, con poderes restaurados. Es un pan para una vida distinta y sin embargo vida.
Yo “he bajado del cielo como pan para una vida nueva”. Moisés nació en Egipto y por poco perece en el Nilo.
Yo he bajado del cielo enviado para una misión. Para recibir de mi Padre a todo el que desee una vida para siempre. Sólo se necesita una cosa: creer. Podéis no creer, es vuestra libertad, pero mirad lo que os perdéis. Al que venga a mí, no lo rechazaré, cumpliré con él una voluntad que no es mía sino de mi Padre, le resucitaré en el último día.
Otra novedad. Hay un último día. Otra cosa desconocida, ignorada, pero prometida, cierta para la fe. Hay una resurrección. Algunos, muy pocos, han experimentado eso, pero no lo han explicado. En Cafarnaún, en Naím, Jesús ha realizado signos, de los que la gente habla, pero…
Una tras otra, noticias buenas, promesas inauditas. Vida eterna, vida perdurable, gratuita, fruto de comer un pan nuevo. Un pan que es una persona. Yo soy el pan de vida. A muchos se les vuelven los dedos huéspedes cuando intentan meter algo de lógica en todo eso. ¿Comer a una persona?
Por ahora Jesús, sólo habla de aceptarlo por la fe.
Hasta ahí nos parece más aceptable. Una fe que produce vida y vida durable por voluntad misteriosa y gratuita del Padre de Jesús.
La fe está formada por una voluntad confiada, capaz de aceptar lo que dice Jesús de parte de Dios, y esa confianza siempre es una fuerza para la vida, para seguir adelante, para conseguir más vida.
“Todo el que ve al Hijo y cree en él, tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
Hay un itinerario, ver, creer y recibir vida eterna.
Es, pues, un caminar, un seguimiento de Jesús. Por algo al principio de su andadura por Palestina sólo dice una palabra muy cortita: Sígueme.
Se nos invita seguirlo, a caminar tras él. Puede ser fatigoso, desgastante. Según y cómo. Se nos da un pan especial, el pan de la vida, que regenera, que reconstruye constantemente a quien lo recibe.
Comer de ese pan, alimentarse de la persona de Jesús nos posibilita entrar en una dimensión insospechada de existencia que no tiene fin, que es no sólo duradera, sino eterna. Esa vida eterna, inconsumible porque es de Dios, y arde y no se consume, es garantía de vida sin final para quien cree. De ahí que la petición que más debiera salir de nuestros labios es: Señor, dame la fe.
Una fe que no es sólo adherencia a unas ideas, no es sólo creencia como dicen muchos, es adhesión a una persona para recibir una vida, es un injerto para que la savia del tronco circule por nuestras células de modo nuestra vida sea su vida, su destino sea nuestro destino, su Padre, nuestro padre.
“Danos siempre de ese pan”, pedía la gente a Jesús.
“Danos siempre de esa pan”, pidamos nosotros a Jesús, sin dejarnos desviar por razones vacías.