«En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo». (Lc 12,54-59)
En este Evangelio Jesús se dirige a esa muchedumbre que le seguía, gentes del campo o del mar, habituadas a predecir el tiempo atmosférico por su experiencia al examinar ciertos signos precursores de lo que se avecinaba. Tomando este hecho como ejemplo, les echa en cara que no sepan reconocerle a él como Mesías, dados los signos y señales que realiza y que estaban profetizados desde hacía tiempo.
Esto mismo se puede aplicar hoy día a cuantos se niegan a reconocerlo como enviado de Dios, como Dios mismo y a cuantos prefieren seguir el señuelo de los falsos profetas que ofrecen efímeros paraísos temporales que apartan a los hombres de su verdadero fin, de la eterna y absoluta felicidad a la que están llamados, porque para eso han sido creados por el Todopoderoso.
Muchas son las personas que prefieren los inmediatos bienes caducos, fruto de dar rienda suelta a sus bajas pasiones, a ajustar su conducta a las “exigencias” de las leyes divinas con la esperanza puesta en la recompensa eterna. Con esta mala elección se desvían del camino trazado por Dios para que cada uno alcance la felicidad imperecedera, que ya se puede empezar a disfrutar desde este mundo. Por eso van ciegos tras metas y placeres que cuando son alcanzados no producen la satisfacción deseada; más bien al contrario, llenan el alma de hastío, desencanto y frustración.
También Jesús se refiere a quienes están entre dos aguas sin terminar de definirse y optar resueltamente por una de las opciones. En efecto, llama “hipócritas” a quienes sabiendo cuál es la verdad —que es Él mismo según reconoció al afirmar “yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”— no terminan por reconocerlo abiertamente y tratan de acomodar su torcido modo de comportarse con esa verdad. Para ello retuercen esta y pretenden, aunque sea en vano, adaptarla a sus inicuos propósitos.
Acaba el relato con una parábola cuyo sentido en este contexto no es otro que el de “arreglarse” con Dios reconociendo a Jesucristo como Mesías mientras estemos de camino, pues de lo contrario, las consecuencias serían funestas para cada persona que no lo hiciera.
En definitiva, este Evangelio supone una llamada a los hombres de todos los tiempos para que se decidan a seguir los mandatos divinos, porque esta es la única manera de alcanzar esa felicidad a la que, lo confiesen o no, todos aspiramos. No en vano Dios nos ha creado y sabe cómo somos y lo que nos conviene.
Juan José Guerrero