En aquel tiempo, recorría Jesús Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas.
Una vez que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: «¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene».
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado».
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora (San Juan 7, 1-2.10.25-30).
COMENTARIO
La lectura del día de hoy resulta difícil de comentar, porque se ha preparado picoteando en los versículos de Juan, rompiendo la continuidad del texto evangélico. La intención es hacer destacar la frase de Jesús durante su discurso en el templo, como respuesta a la duda sobre su cualidad de Mesías, por su conocida y vulgar procedencia. Una vez más le juzgan y minusvaloran por su cercanía, la sencillez de su persona, un trabajador con familia conocida, les hace dudar ya que suponen que al Mesías le rodeará el misterio. Nadie es profeta en su tierra, había dicho Jesús a sus discípulos en otra ocasión.
Y en su discurso en el templo les dice: “Yo no vengo por mi cuenta sino que me envía el Verdadero, a ese vosotros no lo conocéis, yo lo conozco porque procedo de él y Él me ha enviado”
Su frase se divide en tres partes:
- “No vengo por mi cuenta”, luego es un enviado, un profeta, con una palabra que transmitir y una misión para cumplir;
- “Me envía el Verdadero, vosotros no lo conocéis,” donde parece reprochar su equivocada fe y relación con Dios;
- “Yo le conozco porque procedo de él y él me ha enviado.” También lo dice así claramente en Mt 11,27 “Todo me ha sido entregado por mi padre… nadie conoce bien al padre sino el hijo y aquél a quien el hijo se lo quiera revelar” Es un contexto distinto, ya que habla a sus discípulos a los que se presenta abiertamente como hijo del padre Dios.
Una vez más Jesús se nos muestra en el evangelio como Mesías, declara ser hijo de Dios, sin embargo entre sus paisanos surgen las dudas, como tantas veces a través de los siglos, la controversia sobre su divinidad ha entretenido a los teólogos.
Y entonces, quiero pensar que sería solo un sector, ese pueblo que esperaba expectante al Mesías, reacciona violentamente queriendo detenerle, pero el texto añade: “no lo logran porque no ha llegado su hora”. El ambiente era hostil, los ánimos ya habían sido caldeados previamente por sus enemigos, que buscaban la ocasión para acabar con él; por eso dice el evangelio que Jesús subió al templo de incógnito mientras sus hermanos están en la fiesta de las tiendas.
El problema es que Jesús se empeña en mostrarse en lo pequeño. Quiso ser humano, aprendió a ser hombre en el seno de una familia, con un padre y una madre judíos, se formó como un judío de su tiempo y actuó como uno de ellos. No quiso una maravillosa llegada sobre las nubes, ni estaba tronando en el viento, prefirió la brisa suave del transcurrir de la vida diaria. Estuvo muchos años formándose para llegar a ser un hombre adulto con todas las virtudes y cualidades humanas, menos el pecado.
Los que buscan a Dios, maravillados por los vistosos milagros, se pierden la posibilidad del encuentro en los pequeños. Es preciso abrir bien los ojos, intentar ver a Dios en lo cercano, adivinar su mensaje en la realidad cotidiana, descubrirlo en el ejemplo de ese humilde e insignificante vecino, e interpretar su voluntad en lo más íntimo: el fondo de nuestro corazón, como nos aconseja san Agustín: “Noli foras ire in te ipsum redi in interiore homine habitat veritas” («En lo profundo del hombre mora la verdad»).