Aprender supone exigirse, motivarse por algo, salir de sí, esforzarse: tratar de sacar adelante aquellas actividades que libremente se eligieron. La generalización de las actitudes anteriores configura un escenario socio-cultural que facilita el aprendizaje. La abolición de estas actitudes genera un empobrecimiento cultural colectivo: la aparición de un nuevo contexto en el que el mismo porvenir de esa cultura puede resultar amenazado.
Son tan clamorosos y abundantes los datos disponibles en nuestro país sobre el lamentable hecho del fracaso escolar, que este tópico se ha incorporado al lenguaje coloquial como un término obvio. En una reciente investigación, realizada por el periódico semanal Magisterio (7. 10. 2009) acerca de los efectos de la LOGSE en el periodo 2002-2006, se llega a los siguientes resultados: el fracaso escolar (población que no obtiene el título de la ESO) es del 30.8% (37.6% de los chicos y 23.6% de las chicas), lo que multiplica por tres la media europea, que es inferior al 10%. En apenas cuatro años se incrementó el fracaso escolar en dos puntos porcentuales: del 28.9% en el año 2002 al 30.8% en el 2006.
Ceuta fue la población que obtuvo la incidencia más alta de fracaso escolar (más del 50% en ambos sexos), además del único ámbito de la población española en que fracasaron más las chicas que los chicos. De otra parte, la incidencia varió mucho de unas a otras ciudades, sin que dispongamos de una explicación satisfactoria. Así, por ejemplo, la probabilidad de fracasar de una chica en Soria es del 7%, frente a la probabilidad de fracasar de un chico en Alicante, que es del 52% (7.5 veces más).
Generación Ni-Ni: un peligroso sedentarismo juvenil
Todavía más sombrío es el panorama de la educación, en el ámbito de los jóvenes universitarios. De acuerdo con el informe anual sobre educación (datos relativos al año 2008), de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, 2010), España es el segundo país europeo con mayor número de jóvenes de 20-24 años (19.4%), que ni trabaja ni estudia (la generación “ni-nis”); esta tasa disminuye al 10,5% entre los jóvenes de 15 a 19 años. El 44% de los jóvenes universitarios españoles, de 25-29 años de edad, ocupan puestos de trabajo de inferior cualificación a los estudios que han realizado.
En lo relativo a la FP (Formación Profesional), el volumen de titulados españoles que finaliza sus estudios de acuerdo con su edad (17-18 años) es del 38%, frente al 52% de media de la UE. Solo el 22% de la población española ha completado la educación post-obligatoria, frente al 47% de media de la UE. El 49% de los españoles solo tienen estudios básicos.
El reciente informe PISA de la OCDE puede resultar aquí muy ilustrativo, puesto que permite seguir cada tres años la evolución de los resultados internacionales obtenidos por la población escolarizada. El último informe PISA (2010) se refiere a los datos del 2009 y ha estudiado una muestra de 25.887 estudiantes españoles de 15 años de edad, en comparación con los alumnos de otros países europeos, asiáticos y latinoamericanos, en lo relativo a la adquisición de ciertas competencias básicas. Los datos son desde luego desalentadores: durante la última década nuestros estudiantes están por debajo de la media de los países desarrollados.
Más en concreto, la puntuación obtenida en capacidad lectora por los alumnos españoles, al finalizar Secundaria, es de 481, cuando la media de la OCDE es de 492 (la puntuación obtenida en 2006 fue de 461; en 2003, de 481; y en 2000, de 493).
La calificación española en matemáticas es de 483, frente a la media internacional de 496. Subimos tres puntos respecto a 2006 (480), pero seguimos por debajo de los 485 puntos que obtuvimos en 2003. En ciencias, los alumnos obtienen 488 puntos, la misma puntuación de 2006, aunque 13 puntos por debajo de la media internacional (501).
En lectura y competencia comprensiva (capacidad para obtener información, interpretarla y relacionarla con la experiencia y el entorno), los resultados son muy bajos (473), lo que sitúa al 20% de ellos en un nivel de manifiesta insuficiencia. Las chicas siempre superan a los chicos en lectura, mientras sucede lo contrario en matemáticas.
Por encima, aunque próximos a nosotros, se encuentran Portugal, Italia, Grecia y Eslovenia; por debajo, la República Checa, Eslovaquia, Luxemburgo y Austria, además de Chile y México.
Es obvio el peso negativo del alumnado inmigrante en los datos obtenidos en comprensión lectora. Mientras los estudiantes nativos españoles obtienen una puntuación de 488 (más próxima a la media de la OCDE), los inmigrantes se quedan en 430. El informe constata que el alumnado inmigrante ha pasado de un 2% en 2000 a un 9,5% en 2009. En síntesis, que mientras en el conjunto de la Unión Europea el promedio ha caído casi dos puntos hasta el 14’9%, en España sigue aumentando y llega al 31’9%.
Un dato que predice negativamente el crecimiento de nuestros alumnos es el relativo al abandono escolar. Mientras en el conjunto de Europa la tasa de abandono se ha reducido en casi un 2%, hasta llegar al 14’9% (que sigue siendo muy alto), en España vamos más allá y llegamos a la increíble cifra del 31’9%, lo que significa que hemos más que doblando el resultado promedio europeo.
Esta tasa de abandonos es desde luego escandalosa. Especialmente en un momento de crisis como el actual. Sin duda alguna, esto predice las numerosas dificultades sobrevenidas a esta población para encontrar trabajo en España, tal y como actualmente se confirma en más del 43% de los jóvenes españoles que se encuentran en el desempleo.[1]
no me apetece
Entre los muchos factores socio-políticos y educativos determinantes de esta relevante ausencia del esfuerzo me referiré aquí solo a los que parecen estar más directamente relacionados con ello.
En primer lugar, hay que mencionar el consumismo. El humus cultural del consumismo está hoy tan extendido, que ya forma parte –y parte importante- del imaginario colectivo. Lo superfluo acabó por hacerse necesario. Esta nueva “necesidad” se vive como una exigencia natural por los más jóvenes y se ha extendido a contenidos muy diversos: desde la ropa de marca a la última generación del I-pad. Algunos hacen de esa necesidad virtud con la que adornarse, es decir, un modo de distinguirse de los demás y adquirir la categoría que no tienen.
La educación familiar o la ausencia de ella están jugando aquí un papel decisivo. El error de los padres de no negarse y condescender a “subvencionar” los caprichos de los hijos, forzosamente ha de tener consecuencias. En esto ha consistido también el hecho de “vivir por encima de sus posibilidades”, del que tanto se quejan algunos.
La búsqueda de la satisfacción inmediata se opone frontalmente a la existencia de cualquier proyecto personal que valga la pena. ¿De qué sirve el esfuerzo si todo lo que apetece puede obtenerse de inmediato? (Confrontar el artículo “Todo, ya, ahora” en Buenanueva, Nov-Dic. 2010).
Pero la persona no se define propiamente por slo lo que le apetece. Definirla en función de solo eso –lo que le transforma en un animal deseante, voraz, apetitivo e insaciable de todo consumo- es degradarla.
¿Podremos extrañarnos de que hayan desaparecido los ideales profesionales, si todo es consumible? Allí donde todo es un mero consenso entre traficantes y consumidores, los conceptos de esfuerzo, sacrificio, virtud, exigencia y compromiso acaban por desvanecerse. La racionalidad ha sido sustituida por los apetitos. La racionalidad ha sido tomada al asalto por el “me apetece”, “me gusta”, “me conviene” o “me interesa”. Las “ganas”o “no ganas” se han alzado como criterio prioritario a la hora de decidir si se trabaja o no.
¿Cómo valorar la necesidad de esforzarse, si lo que le sucede al hijo es, precisamente, que no le apetece esforzarse? ¿Se puede ir contra lo apetitivo una vez se ha extinguido la racionalidad?
Lo que sostiene al consumismo son los deseos; cuanto más rápidos y cambiantes tanto mejor. Es la satisfacción de los deseos lo que genera nuevas sensaciones. La búsqueda de nuevas sensaciones –una vez que la reflexión se ha sustituido por la sensación- es lo que genera el “tirón” del consumo. Todo lo nuevo hay que probarlo, degustarlo, tocarlo, ya, ahora. Nada de pensar y luego actuar. El orden se ha invertido: primero actuar para sentir, y luego… ¡Ya veremos si hay algo en que valga la pena pensar! En un contexto así, ¿habrá alguien que sienta la necesidad de degustar la sensación que sigue al esfuerzo, a pesar de que no le apetezca?
[1] Cfr EXPANSION, 8. 12. 2010. http://www.expansion.com/2010/12/07/entorno/1291757102.html