En aquel tiempo, Jesús habló a los fariseos, diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».
Le dijeron los fariseos: «Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero».
Jesús les contestó: «Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino yo y e! que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el Padre».
Ellos le preguntaban: «Dónde está tu Padre?».
Jesús contestó: «Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre».
Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora (San Juan 8, 12-20).
COMENTARIO
Dicen que hoy día lo que hace falta es mover el corazón y no tanto la cabeza. Pero yo creo que hay que mover ambas cosas, porque ambas están heridas. Si amas a una persona le abres un canal de salud. Hoy se ven corazones rotos por todas partes. Familias que no conocen el amor. Y como la familia es la célula de la sociedad, si aquella está mal, ésta estará tocada de muerte. Familias mortecinas porque viven de corazones agonizantes. No se trata de ser sombríos y negativos; se trata de abrir los ojos a la luz del único que puede salvar de la oscuridad; Cristo, el Mesías, que es la Verdad, la Vida y el Amor. No puede mentir porque es Dios. Es fuente de vida porque es la Vida. Y te defiende porque es Amor.
No hay solo heridas de amor. Hay heridas de pensamiento, de idea, de espíritu. La verdad está dañada, herida, y por eso hay crisis de amor. Sin combustión el fuego no iría. Sin verdad el amor no va. Si al bien le llamo mal y al mal bien, el amor será malo y el mal será un bien.
Hay que sanar la mente y el corazón. Favorecer amplios fundamentos espirituales en los que la persona pueda desarrollar su vida verdaderamente humana y divina.
Satanás es todo lo contrario; odio, mentira y muerte. Donde pone su presencia todo se muere, se hiere, se deteriora. Su función es estropear la vida de los seres humanos. Pone obstáculos para que la verdad triunfe. Es el primer paso para el desamor. La mentira corrompe el amor.
Cristo es la luz que desbarata la tiniebla. El asunto está en dejarse enseñar por esta luz, por la claridad de su amor. No se distinguen la verdad y el amor, como no se contraponen en el fuego el calor y la luminosidad. Porque luz, amor, y porque amor, luz. Eso es lo que dice el Evangelio de hoy; hay que seguir a Cristo para tener esa luz de la vida.
En las ciudades siempre hay lugares de pecado, barrios donde no reina ni el bien, ni la verdad ni la belleza. Campea por sus anchas el imperio del maligno. Todo es temible, todo es tiniebla. Cristo ha venido a por los enfermos, no por los sanos que no necesitan medicina. Eso es verdad. Pero también es verdad que hay focos en la vida donde el apostolado se vuelve algo imposible, grotesco, fuera de la verdad.
Dice el Señor que si en un sitio no te hacen caso que sacuda con las sandalias el polvo de los pies. Y en otro lugar dice que no echemos las perlas a los cerdos porque se volverán contra uno. El mismo no osó hacer apostolado con Herodes. Ni lo miró. Quizás fuera este su mejor apostolado con él. Las tinieblas es misterio de iniquidad que corrompe los corazones. La luz que es Cristo es misterio de amor de salva y santifica.
La luz es rechazada con frecuencia porque viene asociada a la cruz. El precio de la luz es la cruz para un cristiano. La cruz rompe el caparazón que guarda las tinieblas propias, las libera, y queda la persona libre de sus cadenas.
Los fariseos, presos de sus propias tinieblas, atacan enseguida la transparencia y sencillez que Cristo lleva y nos trae. No hay más que comparar el mandamiento nuevo del Señor con el sistema complejo de mandamientos de la antigua ley, a la que se aferraban con fiereza y orgullo los antiguos judíos.
La verdad es sencilla como el Amor es sencillo. Solo hay que decir que sí. Consentir y asentir. El maligno ni asiente ni consiente. Solo vive en su propia cárcel y encadena a los que se dejan encadenar.
Cristo es quien es; es una persona de la Trinidad. Unidad verdaderamente esencial. Conocer al Hijo es conocer al Padre. La verdad trinitaria funda toda la verdad cristiana. Ese amor en el cual consiste las tres personas es fuente de gracia para la vida espiritual de los que seguimos al Cordero. La unidad de las tres personas constituye la potencia de toda su luz, por decirlo de algún modo. Si hay luz es porque hay unión, y a su vez, hay luz porque hay unión.
La discordia es fruto de la tiniebla. La desunión es plato preferido del desamor. En el evangelio que comentamos se ve la clara conexión entre el amor redentor de Cristo, su luz salvadora y su unión perfecta con el Padre.
Por desgracia la tiniebla tiene vocación de expansión, como el humo, como la peste. Pero por gracia la Luz tiene vocación de conquista; su reino lleva el sello de la paz divina. Los fariseos se ponen nerviosos con estas palabras, pero los que son de la verdad disfrutan con la Luz.