Nueva entrevista del Papa Francisco, esta vez a Juan Berretta, de La Voz del Pueblo, diario de la ciudad argentina de Tres Arroyos. Se trata de una conversación de tres cuartos de hora, en la que el Pontífice confiesa que antes sentía «pánico a los periodistas». «Queda claro que es un trauma superado», apostilla Berretta. Todo lo que le pide el Papa antes de poner en marcha la grabadora, es «que me juegues limpio».
La entrevista se publicaba el domingo, víspera del Día de la Patria en Argentina.
Varias preguntas se refieren a la situación en lo que el Papa define «como un país de muchas posibilidades y de tantas oportunidades perdidas», citando a su predecesor en Buenos Aires, el cardenal Quarracino. «Y es verdad. Somos un país que ha perdido tantas oportunidades a lo largo de la historia. Algo pasa, con toda la riqueza que tenemos. Como el cuento de los embajadores de los países que se fueron a quejar a Dios porque a los argentinos les habían dado tantas riquezas (…). Dios los escuchó y les contestó: No, perdón, para balancear, les di los argentinos».
«La gente me hace bien»
El entrevistador le pregunta al Papa sobre el «magnetismo» que ejerce en la gente, su popularidad. «Primero no entendía por qué ocurría eso –responde Francisco–. Y me cuentan algunos cardenales que la gente dice le entendemos. Claro, yo trato de ser plástico en las audiencias, en las cosas que hablo, como hoy (por la audiencia pública del miércoles) que conté una anécdota de cuando estaba en cuarto grado. Entonces es como que la gente entiende lo que quiero decir. Como cuando hablé del caso de los padres separados, que usan de rehenes a los hijos, algo muy triste, los victimizan, el papá le habla mal de la mamá, o al revés, y al pobre chico se le arma un corso a contramano en la cabeza. Trato de ser concreto y eso que vos llamás magnetismo, ciertos cardenales me dicen que tiene que ver con que la gente me entiende».
Francisco se siente cómodo con ese estilo directo, pese a los problemas que ello a veces le genera. Alude, como ejemplo, a un comentario que hizo un grupo de ancianos y enfermos durante una visita a una parroquia romana, en la que dijo que también él tiene sus achaques. «Al otro día salió en los diarios: El Papa confesó que estaba enfermo. Contra ese enemigo no podés».
Disfruta con el contacto con la gente. «La gente me hace bien, me tira buena onda, como se dice», afirma. «Yo, psicológicamente, no puedo vivir sin gente». «Yo me hice cura para estar con la gente. Doy gracias a Dios que eso no se me haya ido», afirma.
Lo que sí añora es «salir a la calle» en el anonimato, poder tener «la tranquilidad de caminar por las calles. O ir a una pizzería». Porque, confiesa, «yo siempre fui callejero. De cardenal me encantaba caminar por la calle, ir en colectivo, subte. La ciudad me encanta, soy ciudadano de alma». «En el campo no podría vivir».
«No veo televisión desde 1990, por una promesa a la Virgen del Carmen»
Sobre su rutina diaria, el Pontífice confiesa que vive sometido a una gran carga de trabajo. «Estoy llevando un ritmo de trabajo muy fuerte, es el síndrome del fin del año escolar, que acá termina a fin de junio. Y entonces se juntan mil cosas, y problemas».
Sólo tiene tiempo para leer un periódico al día, La Repubblica, «que es un diario para sectores medios», afirma Francisco. «Lo hago a la mañana y no me lleva más de 10 minutos ojearlo. Televisión no veo desde el año 1990. Es una promesa que le hice a la Virgen del Carmen en la noche del 15 de julio de 1990».
Y ¿cómo se entera de los resultados del fútbol?, pregunta el periodista. «Hay un Guardia Suizo que todas las semanas me deja los resultados [del San Lorenzo, su equipo] y cómo va en la tabla».
Por las noches, «yo tengo un sueño tan profundo que me tiro en la cama y me quedo dormido. Duermo seis horas. Normalmente a las nueve estoy en la cama y leo hasta casi las diez [en estos momentos, un libro sobre san Silvano del Monte Athos, a quien define como «un gran maestro espiritual»], cuando me empieza a lagrimear un ojo apago la luz y ahí quedé hasta las cuatro que me despierto solo, es el reloj biológico. Eso sí, después necesito la siesta. Tengo que dormir de 40 minutos a una hora, ahí me saco los zapatos y me tiro en la cama. Y también duermo profundamente, y también me despierto solo. Los días que no duermo la siesta lo siento».
«Si quitás la pobreza del Evangelio, no entendés nada»
La pregunta sobre si le gusta a Francisco «que lo cataloguen como el Papa pobre», deriva en un comentario de mayor profundidad. «La pobreza es el centro del Evangelio», responde Bergoglio. «Jesús vino a predicar a los pobres, si vos sacás la pobreza del Evangelio no entendés nada, le sacás la médula».
Pero «¿No es utópico pensar en que se puede erradicar la pobreza?», insiste el periodista. «Sí, pero las utopías nos tiran para adelante. Sería triste que un joven o una joven no las tuviera. Hay tres cosas que tenemos que tener todos en la vida: memoria, capacidad de ver el presente y utopía para el futuro. La memoria no hay que perderla. Cuando los pueblos pierden su memoria está el gran drama de descuidar a los ancianos. Capacidad de hermenéutica frente al presente, interpretarlo y saber por dónde hay que ir con esa memoria, con esas raíces que traigo, cómo la juego en el presente, y ahí está la vida de los jóvenes y adultos. Y el futuro, ahí está la de los jóvenes sobre todo y la de los niños. Con memoria, con capacidad de gestión en el presente, de discernimiento y la utopía hacia el futuro, que ahí se involucran los jóvenes. Por eso el futuro de un pueblo se manifiesta en el cuidado de los ancianos, que son la memoria, y de los niños y jóvenes, que son los que van a llevarla adelante. Los adultos tenemos que recibir esa memoria, trabajarla en el futuro y darla a los hijos. Una vez leí algo muy lindo: El presente, el mundo que hemos recibido, no es sólo una herencia de los mayores sino más bien un préstamo que nos hacen nuestros hijos para que se lo devolvamos mejor. Si yo corto mis raíces y me desmemorizo me va a pasar lo que le pasa a toda planta, me voy a morir; si yo vivo solamente un presente sin mirar la previsión a futuro, me va a pasar lo que le pasa a todo mal administrador que no sabe proyectar. La contaminación ambiental es un fenómeno de ese estilo. Tienen que ir las tres juntas, cuando falta alguna un pueblo empieza a decaer».
Preguntado entonces, sobre «los peores males que aquejan al mundo hoy», responde el obispo de Roma: «Pobreza, corrupción, trata de personas…», e insiste en el despropósito del derroche de dinero en el cuidad de mascotas, cuando hay tantas necesidades en el mundo.
¿Llora el Papa?
Y el Papa, que a menudo habla de la importancia de llorar, ¿llora también él?
«Cuando veo dramas humanos», responde. «Como el otro día al ver lo que ocurre con los del pueblo rohingya, que andan arriba de esos barcones en aguas tailandesas y cuando se acercan a tierra les dan un poco de comida, agua y los echan otra vez al mar». «Cuando voy a la cárcel también me conmuevo». Pero se trata más bien de un «llanto interior». «Públicamente no lloro», aunque en alguna ocasión «hubo algunas lágrimas que se escaparon, pero me hice el tonto y después de un rato me pasé la mano por la cara». Una de ellas «tuvo que ver con la persecución de los cristianos en Iraq. Estaba hablando de eso y me conmoví profundamente».
Concluye la entrevista:
–¿Por qué siempre repite «recen por mí»?
–Porque lo necesito. Yo necesito que me sostenga la oración del pueblo. Es una necesidad interior, tengo que estar sostenido por la oración del pueblo.
–¿Cómo le gustaría que lo recuerden?
–Como un buen tipo. Que digan: Este era un buen tipo que trató de hacer el bien. No tengo otra pretensión.