«Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando las redes en el agua. Jesús les dijo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él». (Mc 1,14–20)
“Convertíos y creed en el Evangelio.” He ahí las primeras palabras pronunciadas por Jesús después de vencer al Tentador en el desierto. En realidad, este convertíos y creed en el Evangelio, acogiéndolo a nivel personal, quiere decir: ¡Conviértete y podrás ver con tus propios ojos lo que quiero y puedo hacer por ti! No me interesa que te conviertas para tenerte sujeto a mi voluntad como un hombre tiene atado a su perro, lo que deseo es que me conozcas donde mejor puedo ser conocido: ¡en mi Palabra! Y cuando Ella se haga en ti, puedas decir con y como el salmista: “Venid a oír y os contaré…..lo que Dios ha hecho por mi” (Sal 66,16).
El problema es que nos creemos todo lo que nos digan de Dios menos lo que nos atañe en lo más profundo…, ¡que su Evangelio sea bueno para nuestros intereses! Nos han enseñado a hacer cosas por Dios, cuando en realidad es Él quien quiere hacer cosas por ti. Como vemos, hemos dado la vuelta a la tortilla, y hay algo de perversidad en ello. Me explico: si se trata de “hacer cosas por Dios,” eres tú quien decide el qué, cómo, cuánto y cuándo. Si, en cambio, es Dios quien va a hacer cosas por ti, es Él quien sabe el qué, cómo, cuánto y cuándo…, lo que implica confiar en Él.
Bien entendieron esto los fariseos y dijeron: ¡Mejor nos quedamos como estamos, con la sartén por el mango!
¡Convertíos y creed en el Evangelio, confiad en Mí! Creed en lo que puedo y quiero hacer por vosotros. Para empezar, “os haré llegar a ser pescadores de hombres”. Esto fue lo que oyeron Simón y Andrés a la orilla del lago. No sabemos si rezaban, ayunaban, cumplían mucho o poco… Sin embargo, le creyeron. Por eso, “dejando sus redes, le siguieron.” Le siguieron, es decir, apostaron toda su vida a una sola carta: la de creer en Jesús y su Evangelio. Es que Jesús y su Evangelio son indisolubles.
Antonio Pavía