«Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y , venimos a adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’”. Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: “ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino». (Mt 2, 1-12)
La que se ha montado con el libro (precioso, por cierto) del quizás más grande de los teólogos del posconcilio, Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, “La infancia de Jesús”. Primero con portadas de diarios tales como “el Papa dice que hay que quitar la mula y el buey de los nacimientos”. Basta ir a las fuentes para ver que lo que se afirma en el libro es exactamente lo contrario: “…aparecen, por tanto, los dos animales como una representación de la humanidad por sí desprovista de entendimiento, pero que ante el Niño, ante la humilde aparición de Dios en el establo, llega al conocimiento y, en la pobreza de este nacimiento, recibe la epifanía… Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno.” (o. c. pag 76-77).
Tan torpe malentendido solo puede obedecer a dos motivos, o a la más absoluta ignorancia o a una vil intencionada voluntad de manipulación. Como presumo que los divulgadores de tan “importantes” titulares periodísticos son personas muy cultas e informadas, y, en medio de tan cruel crisis que se está sufriendo, doy por supuesto que tales titulares se deben más a la segunda que a la primera de las razones.
Y es que estamos de “recortes”. Y a todos nos toca. Y en el caso del “belén”, pues también. Empezamos recortando la “mula y el buey” y seguimos por los “Reyes Magos” (que si no eran “reyes”; que si no eran “magos”; que si no eran “tres”; que si no había “negro”…
Y en esto de los recortes, los políticos son muy astutos. Y cuando quieren recortar algo que puede resultar traumático, empiezan por algo “asumible” para luego llegar a “lo gordo”. Se empieza recortando un poquito de sueldo, y se acaba quitando la “paga extra”. Se empieza dejando unos pocos “espacios sin humo” por el bien de la salud pública, para acabar estigmatizando a los fumadores al mismo tiempo que se les fríe a impuestos; pero lo auténticamente importante llegar a conocer hasta qué punto la capacidad coercitiva del “sistema”.
Lo importante no es hacer desparecer de los “belenes” la mula, el buey o los magos. El que realmente les estorba a estos manipuladores profesionales de la “nueva ingeniería social” es ¡el Niño! Podremos discutir si la estrella era una supernova o la conjunción de Jupiter, Saturno y Marte. Si los magos eran reyes o astrólogos. Si venían de oriente u occidente. Lo que no cabe la menor duda es que los diálogos de Herodes son los de los “poderosos de este mundo” de todos los tiempos.
Lo que para los magos es un signo que les hace ponerse en camino, para Herodes es motivo de sobresalto. La estrella es él, faltaría más, y a la estrella nadie le hace sombra. Pero, tranquilo, que para eso contamos con las mentes más privilegiadas que están al servicio de lo políticamente correcto: Convocatoria del “Consejo”, que no aconsejan nada, salvo lo que quiere oír el “aconsejado”. Y da lo mismo sea consejo político, de empresa, económico, pastoral…
Después, reunión reservada: “Entonces, Herodes llamó en secreto a los magos…” Los “secretos de Estado” han sido siempre muy importantes, hay cosas que el pueblo no debe conocer y además son para el bien común. “Id y averiguad cuidadosamente… para ir yo también a adorarlo”. (¿Alguna vez has oído a ciertos “mandamases” y “trepas” argumentar: ¡qué interesante! ¡no dejes de mandarme ningún detalle!… para si les encaja apuntarse el tanto y si no darte la patada?). Pues eso, que Herodes existe y quiere cargarse al “Niño” y todo lo que este Niño trae consigo. Aunque tenga que llevarse por delante mucha sangre inocente.
Menos mal que los “magos” también existen. Empezaba citando el libro sobre la “Infancia de Jesús” de Ratzinger. A él me remito para todo aquel que quiera profundizar en las entrañas del pasaje evangélico de hoy. El capítulo IV es un derroche de ternura teológica que rezuma amor de Dios a toda la humanidad, sin límites de espacio, tiempo, raza o cultura. Quedarse en las cuatro anécdotas intencionadamente sacadas de contexto sería algo así como al que en la cena de Navidad le han puesto los mejores langostinos y se ha comido los bigotes.
Los magos existen y además son “sabios”. Sabio es todo aquel que sabe escrutar los signos de los tiempos, el que no se cierra en sí mismo y está dispuesto a abrirse a “La Verdad”; el que se pone en camino para encontrarla, como Abraham, y cuando la descubre puede desprenderse de todo lo que tiene, como la parábola del tesoro escondido; como Abraham, que no se reserva a su hijo; como los magos que, cayendo de rodillas, ofrecen oro (como rey); incienso (como Dios) y mirra (como hombre). Pero la mayor sabiduría de estos hombres fue descubrir que a partir de este encuentro ya no tenían que cruzarse con Herodes y volvieron a su tierra “por otro camino”.
P.D.: ¡Que sí! ¡Que los Reyes Magos eran andaluces! No por el comentario del libro del Papa en la página 102: “Extremo Occidente (Tarsis – Tartesos en España)”. La prueba irrefutable de que eran andaluces es que a generosos no nos gana nadie. Y si en vez de ser del occidente de occidente, hubiesen sido simplemente del oriente de occidente; en lugar de oro, incienso y mirra; con un regalito de bisutería, prendiéndole una velita y con un frasco de nenuco, el Niño ya iba “apañao”. Bromas aparte, celebrar esta fiesta también significa creer que, a pesar de nuestros egoísmos, la gratuidad y la generosidad existen. Por eso, yo creo en los Reyes Magos y deseo que os hayan dejado muchos regalos.
Pablo Morata
1 comentario
Yo también creo en los Reyes magos. Tienes razón Pablo lo que nos quieren quitar es al niño ,
pero no van a poder ya llevan tiempo inténtadolo.