En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.»
Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero el viñador contestó: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas (San Lucas 13, 1-9).
COMENTARIO
Acabamos de celebrar la fiesta de San José que, entre otras cosas, es patrón de la buena muerte y también de la vida interior, de la vida sobrenatural. Posiblemente muchos habéis llevado a vuestra oración personal como se comportó San José en su vida, en la cual podemos poner en marcha nuestra imaginación, ya que las Sagradas Escrituras nos dicen lo mínimo, muy poco del santo Patriarca.
Pues bien, desde la mirada y el ejemplo de San José podemos buscar y aplicarnos las enseñanzas que nos transmite el Señor en este pasaje del Evangelio.
Se nos describen desgracias. Una sencilla, una higuera que no da fruto. Otras mucho peores: derramamiento de sangre y muertes.
¿Qué hizo y qué haría San José? Tener una actitud paciente y cuidadosa. Paciencia porque para los que aman a Dios, aunque a veces nos cueste aceptarlo, todo es para bien, y cuidado no tanto activo, que es importante, sino principalmente podemos llamarlo pasivo en el sentido de que es Dios el que nos cuida, que siempre tiene esa actitud salvadora hacia nosotros, que nunca deja de ser Padre, que nos protege. Precisamente por ello, en este Evangelio, ante las calamidades, nos pide convertirnos. Examinemos si tratamos de leer en nuestro corazón, en nuestra oración qué nos está pidiendo Dios en esa ocasión, en qué tenemos que cambiar el rumbo, en qué convertirnos para no perecer.
Como señala San Josemaría, en su homilía “En el taller de José”, en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan.
Que haber festejado el día 19 al también Patrón de la Iglesia universal, nos ayude a imitarlo sean cuales sean nuestras condiciones, porque como él, descubriremos con nuevos destellos, que lo nuestro es ser de Dios y estar plenamente en el mundo. Por tanto, pacientemente, convirtiéndonos de continuo sin miedo a la vida, con sus paradojas, y sin miedo a la muerte, puerta para ir al cielo, donde nos espera Dios que se hizo hombre para salvarnos, que quiso pertenecer a una familia que ha de servir de ejemplo a la nuestra. Pongámonos, una vez más, bajo el patrocinio de San José. Al que podemos acudir con la jaculatoria “2Ite ad Joseph”