En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga!» ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro? O también: «Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar sí obliga.» ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Quien jura por el altar jura también por todo lo que está sobre él; quien jura por el templo jura también por el que habita en él; y quien jura por el cielo jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él» (San Mateo 23,13-22).
COMENTARIO
El Señor hoy nos regala otra lectura para refrescar nuestro espíritu este verano. Seguramente que es una de esas páginas que arrancaríamos de la Biblia, ya que todo lo que no nos suena a «música celestial» nos incomoda. Como suelo hacer, vamos a colocar esta lectura en su sitio. Está dentro de la parte VI del Evangelio de San Mateo donde se pone como centro el Reino de los Cielos. En esa parte del evangelio podemos encontrar parábolas y lecturas sobre el Reino y su significado, así como ayudas y avisos para reconocerlo y no perderlo torpemente. El evangelista sitúa a Jesús reprendiendo a la «flor y nata» de la religión judía ya que —desde su papel de líderes religiosos— están mostrando un camino equivocado para alcanzar ese Reino, esa tierra prometida desde los comienzos de la historia de la salvación. Es una palabra que viene dirigida, principalmente, a los que pensamos que somos religiosos comprometidos. Sería fácil ahondar, aún más y sin misericordia, añadir alguna maldición más a la crítica que Jesús hace a todo aquel que vive un «postureo religioso»; hoy, simplemente me voy a invitar –y comparto con todos vosotros esta invitación–, a contestarme esta pregunta: ¿Quién está en el centro de tu religión tú, o Dios? Cuando somos nosotros el centro de nuestra fe, son nuestros razonamientos —leyes según mi criterio— las que conforman nuestro pensamiento, nuestros actos; si es Dios —por el contrario— el que está en el centro, es el amor el que mira al otro, el que juzga al otro, el que habla al otro, el que se acerca al otro, sea cual sea su condición. Si hoy hay crisis religiosa, no es solamente por el entorno modernista, racionalista y materialista en el que nos movemos, sino también por la imagen que damos con nuestra «religión del yo», lejos de la religión de Jesucristo que muestra en todo momento, y ante cualquier circunstancia, el amor de Dios. La salvación no viene por pertenecer a una religión que tiene un credo fruto de la ley, sino por una religión que tiene un credo fruto de la experiencia del amor de Dios en la historia y puesto al servicio de los demás. Por lo tanto como decía San Agustín: «ama y haz lo que quieras».
1 comentario
Preciosa reflexión, me ha ayudado Dios en el
primer sitio y amarle sobre todas las cosas y por encima de uno mismo gracias la paz