Raquel y Magdalena son dos jóvenes de 23 y 31 años, alegres y con unas ansias enormes por vivir. Como a cualquier joven de su edad, les gusta cantar, tocar la guitarra, bailar y charlar con los amigos. Apenas un rato con ellas basta para contagiarse de la verdadera jovialidad que transmiten: aquella que sólo poseen quienes su vida está repleta de dicha, fortaleza y paz interior.
Las dos son novicias de la congregación Misioneras de Cristo Sacerdote, cuyo carisma es el de entregar y ofrecer su vida para la vocación y santificación de los sacerdotes. “Donde haya un sacerdote santo, ningún sagrario estará abandonado” es su lema.
Raquel es de Navalmoral de la Mata (Cáceres) y Magdalena de una pequeña localidad de Kenia (África). Ambas han abandonado su pueblo, su familia, amigos, etc. y este próximo junio harán sus votos temporales, comenzando otra etapa de su vocación que se llama “juniorado”. A partir de entonces, y durante tres años consecutivos en los que renovarán anualmente esos votos, profundizarán en aquello que supone optar por la vida consagrada, para así después definitivamente hacer los votos perpetuos.
A cada una de ellas el Señor la ha ido preparando para dar el sí definitivo. Primero las cortejó cual enamorado fiel y paciente, les habló al corazón hasta seducirlas. Tanto en Raquel como en Magdalena se ha cumplido la palabra que anunció Dios por medio del profeta Oseas: “Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón (…) Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia, te desposaré en la fidelidad” (Os 2,16-18; 21-22).
Revista Buenanueva (BN): ¿Cómo conocisteis el amor de Dios?
Raquel: Mis padres me educaron en la fe desde pequeña, pero fue a través de la música donde descubrí el amor más profundo de Jesucristo. Como me gusta mucho tocar la guitarra, me apunté al coro de la parroquia y eso me permitió acercarme más a Dios e interrogarme por todo.
Magdalena: Mis padres fueron los primeros evangelizados por los Padres Espiritanos en mi diócesis. Siempre me ha llamado la atención su interés por cumplir las promesas bautismales y sobre todo por transmitir la fe a sus ocho hijos.
BN: ¿Cuándo escuchasteis por primera vez la llamada a la vocación?
Raquel: En una convivencia juvenil con todo el grupo del coro nos visitaron unas religiosas misioneras. Me llamó la atención todo de ellas, desde su hábito hasta la fuerza y la alegría que transmitían. Estaban llenas de Dios; entonces recuerdo que me pregunté: ¿querrá el Señor que yo me entregue de esa manera?
Magdalena: Desde que tengo uso de razón había algo dentro de mí que me decía que Dios me llamaba. También me cuestionaba el testimonio de los misioneros de mi parroquia. Cómo ellos, siendo de la India, habían dejado todo por seguir a Jesucristo y anunciarlo a todo el mundo.
BN: Cuando esa llamada iba cobrando fuerza y se lo comunicasteis a vuestros padres y familiares, ¿cómo reaccionaron?, ¿se lo esperaban?
Raquel: La primera vez que se lo dije a mis padres tenía 16 años. Ellos no se impresionaron mucho porque me veían feliz en la parroquia, pero sí les sorprendía que lo tuviera tan claro siendo tan joven.
Magdalena: Antes de nacer yo, murió una hermana mía de apenas unos años. Mis padres me contaban que con mi llegada al mundo, pues soy la pequeña de todos, volvió la alegría a la familia; por eso me pusieron de nombre Katunge, que significa “volver a la vida”. Yo sabía que mi vocación suponía vivir lejos de mi familia y eso haría sufrir a mi madre; por eso se lo conté sólo a mi padre. Él me pidió que me esperara un tiempo hasta estar totalmente segura, mientras poco a poco se lo iba transmitiendo a mi madre.
BN: ¿Cuánto tiempo transcurrió desde la primera llamada hasta que realmente optasteis por la vida consagrada?
Raquel: Aunque la idea de la vocación rondaba mi cabeza, decidí estudiar Magisterio. Yo era feliz con mis amigos, con el coro, con mi música; pero seguía habiendo un hueco en mi corazón. Nada más acabar la carrera, decidí entrar en el noviciado. Entonces sí se lo comuniqué a todo el mundo. Recuerdo que mis amigos y conocidos no podían entender cómo iba a renunciar a todo sin ni siquiera haberlo probado. Me decían “espera, todavía eres joven, trabaja antes en algo, vive un poco más…”.
Magdalena: Tres hermanos míos vivían en Nairobi, la capital de Kenia. Mis padres querían que yo fuera a vivir con ellos para también labrarme un futuro, pero yo siempre buscaba excusas para quedarme en el pueblo y así estar cerca de la parroquia. Cuando mi padre cayó enfermo y lo tuvieron que operar, momentos antes de la intervención cogió un papel y escribió: “Katunge, te ofrezco totalmente a la Iglesia Católica para que sigas sus enseñanzas y estés firme en tu vocación religiosa”. Esa fue la aprobación definitiva de mis padres a mi llamada. Desde ese momento me puse manos a la obra para perfilar mi vocación.
BN: El misterio de la vocación religiosa, la renuncia a todo lo apetecible que ofrece el mundo por entregarse al amor de Cristo, sigue desconcertando. ¿Cómo reaccionaron los jóvenes de vuestro alrededor?
Raquel: Es verdad que la vocación llama más la atención en los jóvenes. Entre mis amigos también había cristianos “light”, a los que les asombraba que dentro de su grupo hubiera alguien que se comprometiera seriamente para la vida consagrada. Para ellos lo más preocupante era qué iba a hacer yo los sábados por la noche: ya no podría salir por ahí a divertirme. Yo les trataba de explicar que había encontrado algo que superaba todo, que me llenaba de veras, pero ellos no lo podían entender.
Magdalena: En África la maternidad es lo más importante que una mujer puede tener. Mis amigos tampoco se explicaban cómo podía renunciar voluntariamente a tener hijos. Para mi pueblo, si no se tiene descendencia, se está muerto; por eso a las religiosas se las ve como estériles, como malditas. Esto me hacía sufrir, pero también me ayudaba a decir con fuerza: “Estoy respondiendo a una llamada misteriosa. Yo no lo he elegido, es Cristo quien me ha elegido a mí”.
BN: ¿Por qué os decidisteis por esta orden en concreto?
Raquel: Nunca me había parado a pensar en la importancia de que los sacerdotes sean hombres santos. Cuando conocí a las Madres Misioneras, caí en la cuenta de ello. Me gustó mucho su carisma y el lema de la congregación, “Pro eis”, es decir, “por ellos” me santifico. Además tenía la experiencia en mi propia parroquia de lo que supone la falta de sacerdotes, de las carencias que ello conlleva. Sé que el Señor me puso en el camino este carisma, fue un misterio nuevo revelado.
Magdalena: Es verdad que es un misterio la elección del carisma. Yo sólo tenía claro que quería hacer la voluntad de Dios, pero no sabía qué congregación elegir. Un sacerdote me dejó un libro sobre las diferentes congregaciones y la que más me llenó fue el espíritu de vida de las Misioneras de Cristo Sacerdote. El capítulo 17 del Evangelio de San Juan siempre ha sido muy importante para mí. El poder ofrecer mi vida por las vocaciones sacerdotales me llenaba de gozo. Yo también había experimentado la falta de sacerdotes nativos en mi propia diócesis y la necesidad por lo tanto de que el Espíritu Santo suscite vocaciones.
BN: El noviciado se puede comparar a la etapa del noviazgo, tan decisiva para la preparación al matrimonio. ¿Cómo vivís esta etapa previa al desposorio final con el Esposo?
Raquel (respondiendo por las dos): El noviciado dura dos años. Es un tiempo de formación en el que se requiere silencio interior y exterior, mucha oración e intimidad con Dios para poder descubrir y discernir la vocación. Se rompe con el mundo para profundizar en el espíritu de la congregación, en los consejos evangélicos —los votos— y, en general, en todo lo que supone la vida consagrada. Yo personalmente venía llena del mundo, saciada de materialismo, de ruido… Me costó acostumbrarme al recogimiento del noviciado, al silencio, para escuchar sólo a Dios; pero una vez que descubrí la maravilla de abandonarme al Señor, no lo cambio por nada. He encontrado la felicidad que buscaba.
BN: Son malos tiempos éstos para la trascendencia. Los jóvenes están desencantados con sus vidas, pero se resisten a acudir a la Iglesia para conocer el amor de Dios. ¿Qué les decís a tantos jóvenes que no encuentran sentido a su existencia?
Raquel: Es verdad que el mundo tira con sus seducciones y que los jóvenes están continuamente buscando, cuestionándose… Pero muchos buscan fuera lo que está dentro de sí mismos y no lo descubren por no abrir su corazón. Yo les diría que se abran a la fe cristiana, que acojan a Dios en sus vidas, que le dejen formar parte de ellos, como un amigo. Entonces seguro que descubrirán que el amor de Dios llena de sentido la existencia del hombre.
Magdalena: Cuando no tienes a Dios, experimentas una vaciedad que te quema por dentro, te hace llenarte cada vez más de cosas materiales, pero sin lograr ser feliz. Les invitaría a esos jóvenes a dedicar un tiempo para descubrir a Dios como Padre, que nos ama y quiere lo mejor para nosotros, pues la verdadera alegría sólo se encuentra dentro de la Iglesia.
BN: ¿Y a aquellos que han sentido por parte de Dios la llamada pero tienen miedo?
Raquel: Es humano tener miedo ante la vocación. Pero ésta es un regalo, un don, no la eliges tú, forma parte del misterio de la elección. Ni te lo propones ni te apetece. Pero cuando te lanzas al vacío de la vida consagrada confiando en que el Señor está esperándote con los brazos abiertos, descubres día a día las grandezas que te tiene reservadas para tu vida.
Magdalena: Esa experiencia de poder llevar a cabo el “ven y sígueme” del Evangelio es maravillosa. Al principio, ¡claro que se tiene miedo!, pero cuando descubres que es el mismo Señor quien te llama, te abandonas en Él. Poder saborear qué bueno es el Señor, poder ser llamados amigos de Cristo, es un anticipo de la plenitud que viviremos en el cielo.