En aquel tiempo, dijo Jesús: «¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafárnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado» (San Lucas 10, 13-16).
COMENTARIO
Hoy el señor nos llama de nuevo a la conversión, tanto a nivel individual como de pueblo elegido por Él. Nos pregunta acerca de cuál es nuestra identidad. ¿Ejercemos de cristianos o hemos decidido optar por la autosuficiencia?
Es trascendental para nuestra vida, en su dimensión eterna, la advertencia, el aviso que el Señor nos lanza hoy. La misericordia divina, debemos recordar, sólo está limitada en nuestra libertad. Tan cierto como que Dios nos ha elegido es que también podemos rechazarlo.
Cuando un padre advierte a uno de sus hijos de un grave peligro no se anda con rodeos, ni con medias tintas. El amor se manifiesta en la verdad. «El guardian de Israel» ha derrochado gracia y milagros en favor de la salvación del hombre. Es tiempo de interrogarse acerca de cómo hemos respondido a estas señales inequívocas de su amor. Una vez conocida la verdad ya no podemos alegar ignorancia. Se nos juzgara con más rigor.
Si mi corazón tiene ya sellos del amor de Dios no debo presentarme ante Él habiendo preferido a Cafarnaúm. Dios no nos conocerá. Existe salvación porque hay condenación. Hay cielo pero también infierno. Son verdades que el Señor quiere llevar a nuestra vida. No se trata de encogernos de miedo sino de que no olvidemos que sólo en el Señor está la vida y la felicidad en plenitud.
Echemos una mirada al mundo que nos rodea y del que formamos parte. En esta aldea global Jesucristo es conocido, aunque sea superficialmente, por muchos millones de personas. Sin embargo Europa se está convirtiendo, a marchas forzadas, en una nueva Cafarnaúm. Ha entronizado una serie de dioses (dinero, poder, vanidad, sexo, juego, esoterismo, hedonismo, placer, egocentrismo….) que ocultan el rostro de Dios y llevan a la muerte óntica. El suicidio se convierte en una de las primeras causas de muerte no naturales, la violencia se traslada a todos los ámbitos y ambientes, la empatía y la caridad están eclipsadas por el egoísmo y los valores espirituales se solapan por todo aquello que «beneficia» al cuerpo. Se puede pensar que estoy presentando una visión apocalíptica del mundo, pero los síntomas son inequívocos. Afortunadamente todavía queda, sin embargo, un reducto que verdaderamente vive y muere por Jesús. El Señor hoy persigue que formemos parte de ese reducto. Sólo nos debe preocupar perseverar hasta el final, ayudados por todo un arsenal defensivo del que la Iglesia dispone. No debemos perder nunca el ánimo, por mucho Mal que nos rodee, porque sabemos y está proclamado que, al final de los tiempos, retornará Jesús para la victoria final y definitiva. Mientras tanto es verdad que nada ni nadie puede apartarnos del amor de Dios.
Como colofón de este evangelio un fogonazo de su amor, identifica a sus discípulos consigo mismo. Para que no tengamos miedo a evangelizar en esta época tan hostil o indiferente. Siendo sus discípulos su prolongación en la Tierra, quién nos podrá amedrentar o arrebatarnos la vida eterna. Nadie, sólo nosotros mismos. Dice la Palabra que el que os recibe a mí me recibe y el que os rechaza a mí me rechaza. No hay duda, el mismo Dios está con nosotros y la victoria es segura.
En estos últimos tiempos (que comienzan con la Ascensión de Jesucristo a los cielos) el Señor nos impele a que tengamos celo por anunciarle en este mundo.
Hagamos un repaso de los milagros que Dios ha hecho en nuestra vida, de donde nos recogió y como hemos ido salvando obstáculos y tribulaciones gracias a Él y reconozcamos que solos no hubiéramos podido. Todo en la gratuidad, mediante ángeles (mensajeros) que nos han anunciado el poder salvador de la Palabra de Dios. Descubramos que el fin de todo esto no es que lo guardemos para único beneficio nuestro, sino que sigamos el ejemplo de todos aquellos que han entregado su vida por el anuncio del Evangelio y hagamos lo mismo con las personas que nos rodean. Sin miedo al rechazo, el que se deja vencer por el temor y la comodidad en esta misión es el que puede condenarse.
Perseveremos, hermanos, que en Jesús la victoria es nuestro destino.