Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas.
Los fariseos le dijeron: Oye, ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?
Él les respondió: – ¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que solo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros.
Y añadió: El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del Hombre es señor también del sábado (San Marcos 2, 23-28).
COMENTARIO
La palabra shabbat (sábado) proviene de la palabra hebrea que significa reposo. Antes de la resurrección de Jesucristo, el día de reposo conmemoraba el día en que Dios descansó después de haber terminado la Creación. La observancia del día de reposo (Ex 20,8-11) hacía de Israel una nación distinta, y reafirmaba su identidad como pueblo de Dios. Un día de descanso a la semana era algo desconocido en las legislaciones del mundo antiguo. Por un lado servía para satisfacer la necesidad de descanso del hombre, pero por otro, el pueblo dejaba sus actividades regulares para honrar la santidad de Dios. Por lo tanto, no debía ser un día de pasividad, sino que debería servir para nutrir la vida espiritual, y sobre todo, para adorar a Dios.
Frente a lo que la Palabra de Dios enseñaba sobre el día de reposo, los fariseos habían establecido un sinfín de minuciosos reglamentos que prohibían hacer casi cualquier cosa durante ese día. Al final, lo que realmente les atraía eran los ritos, las ceremonias y la exposición de sus propias ideas humanas, dejando a un lado la predicación de la Palabra Desgraciadamente esto es mucho más actual de lo que parece.
Habían convertido el día de reposo en una carga pesada de llevar, pero Jesús había venido a traer descanso.
Ante la pregunta de los fariseos, la respuesta de Jesús se fundamenta en la Palabra. Citó una historia del rey David (1 S 21,1-6). El rey Saúl había decidido acabar con él. David tuvo que huir de manera precipitada, sin llevar consigo armas ni provisiones para el camino. Fue entonces cuando llegó al tabernáculo de Nob y pidió al sacerdote algo de comida. Pero lo único que había allí y que le pudo dar eran los panes de la presencia, esos panes consagrados que sólo podían comer los sacerdotes en un lugar santo (Lv 24,5-9). Sin embargo, el sacerdote se los dio y la Escritura no condena en ningún momento tal acción.
Jesús usa esa historia con el fin de establecer paralelismo entre lo que ocurrió con David y sus hombres y lo que en ese mismo momento le estaba pasando a él y a sus discípulos.
¿Quién se cree éste que es? Ellos podrían estar dispuestos a hacer ciertas excepciones con el rey David, pero ¿quién pretendía ser Jesús para que esperase ser tratado de la misma manera?
¿Quién es Jesús? No cabe duda de que se estaba colocando en este momento al mismo nivel que el rey David, y a sus discípulos los estaba equiparando con los valientes de David.
Pero además ¿qué pensarían cuando a continuación dijo que él era «Señor TAMBIEN del sábado»?
Jesús se atribuye prerrogativas divinas. No había lugar a dudas sobre lo que estaba diciendo. La ley decía que «el séptimo día es descanso para Yahveh tu Dios» (Ex 20,10), y ahora Jesús dice que él es el Señor del sábado, ocupando claramente la posición que sólo le puede corresponder a Dios.
Pero va más lejos todavía; lo que realmente dijo es que es “señor también del sábado”. Este matiz es muy importante, porque lo que está reclamando no es un sólo día de la semana, sino la semana entera.
Mediante esta declaración Jesús afirma que, como Señor del día de reposo, el Hijo del Hombre es quien determina lo que es o no lícito o permisible hacer ese día
Ningún otro maestro o profeta de la antigüedad había hecho declaraciones tan sorprendentes como las que Jesús hacía. Era habitual que los profetas respaldaran sus declaraciones con algo así como; «así dice el Señor», pero Jesús nunca usó esa expresión u otra parecida, sino que apeló siempre a su propia autoridad divina. La fórmula que usaba frecuentemente era: «en verdad, en verdad os digo».
Los fariseos, y también muchas personas en nuestros días, estarían dispuestas a aceptar a Jesús como un maestro o profeta, pero reconocerle como Dios es ir muy lejos.
Hay un hecho cada vez más frecuente en nuestra sociedad, y es que muchas personas no logran descansar sin la ayuda de pastillas. Otros van de viaje, de vacaciones, pero cuando vuelven siguen en el estrés, están igual, no tienen descanso en su alma. Todo esto nos lleva a pensar que no sólo necesitamos un descanso, sino la capacidad de descansar. Pero ¿cómo conseguirlo?
Dios es como el artista que al terminar su obra se sienta para contemplarla, no porque esté cansado, sino porque quiere disfrutar de lo que ha hecho. En las referencias a la creación una y otra vez se repite la misma frase: «…Y vio Dios todo lo que había hecho, y todo estaba muy bien» (Gn 1, 1-31).
Es imposible que logremos descansar mirando nuestras propias obras. Necesariamente tendremos que descansar en las obras de otro. Y esto nos lleva a mirar hacia la cruz de Cristo, al menos un día a la semana y a recordar sus últimas palabras antes de morir: «Todo está cumplido» (Jn 19,30). El sufrió por nuestros pecados para darnos perdón y paz. El llevó sobre sí nuestros pecados y fracasos; todas aquellas cosas que habíamos hecho mal o habíamos dejado sin hacer. Lo que nosotros no conseguimos, lo consiguió él por nosotros, de tal manera, que quienes confían en él pueden llegar a disfrutar del verdadero reposo de Dios.