«Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!». Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección»». (Mt 3,13-17)
¡También eres mi «complacencia», Jesús, Hijo del Padre! Navidad es el tiempo litúrgico que contempla más años de tu vida física, vida oculta, como uno de tantos. Naciste, cumpliste los ritos, emigraste a Egipto, volviste, trabajaste, peregrinaste cada año a Jerusalén, y se empapó tu esencia divina de ser hombre pobre, sin tener ni un apoyo para tu cabeza. Así estuviste oculto hasta el día en que el Padre y el Espíritu alumbraron a Juan, que dio testimonio. Treinta años siendo en sombras «el más bello de los hombres», por tu armonía de Dios, y viviendo como hombre hacia Dios (pros ton Zeón, nos dirá Juan en su Prólogo). Así cumpliste la primera y silenciosa parte del encargo del Padre, siendo su agrado y el proyecto bien hecho de Dios.
Hoy termina el tiempo de Navidad. El Verbo, salido del Padre ha entrado en nuestro mundo de hombres y nos deja empapados de ternura, familia, encuentros, felicitaciones, deseos de paz, comidas especiales, exuberantes cantos, tradiciones folklóricas y alumbrados costosos en las calles. Pero hay también un duro testimonio de hambre, dureza, soledad y oscuridad en muchos hogares, guerras y desencuentro en todo el mundo. Los contrastes son palpables, como in illo témpore, su tiempo.
A mí me ha regalado este año vivir la Navidad en el barrio Belén de Medellín, Colombia, donde esos contrastes están a flor de piel. Como en otros sitios, incluyendo el Belén original, cantar «Noche de paz, noche de amor…» sigue siendo utópico. Pero ahí está la fe. A su modo y manera, es nuestra fe católica, viva, en aquel Niño que hoy, en el Jordán, ya lo vemos como Jesús de Nazaret, un hombre de un tiempo, de un pueblo y una familia determinada. Su bautismo es el anuncio de un Camino nuevo de conocimiento del Padre, creador de todo, y de su proyecto hombre en el cosmos —su eudokía— como fuerza que todo lo mueve en su Espíritu, manifestándose en la sencillez de una paloma, y señalando con el dedo y la voz del Bautista al precioso Camino.
Nunca acabaremos de sacar todas las consecuencias de tu Encarnación, Verbo Divino. Nos bastaría —al menos a mí— con entender cada año una sola palabra del Evangelio que te anuncia. En el contraste de culturas que ha recibido ese anuncio de vida, Eu-angelio, este año me ha subyugado el sentimiento del Padre por ti, su Hijo, su eu-dokía, su «complacencia», como traducen hoy. Lo hará público también en la Transfiguración del Tabor, y Lucas ya lo había puesto en boca de ángeles anunciando a pastores y hombres: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». En realidad, el texto griego dice «a los hombres de su eudokía», que otras versiones traducen por los hombres a los que Él ama.
Una variante que ilumina el verbo eu-dokeo es su sentido literalísimo de «bello designio» o «hermoso proyecto», «buen pensamiento», «enseñanza hermosa». Sin duda que el prototipo del proyecto hombre, fuiste tú, Jesús de Nazaret, «primogénito de toda creatura». El himno de Col 1,15-20 es la traducción exacta de la eudokía del Padre.
El proyecto se hizo visible después, en la gloria de la transfiguración, en el Tabor. El Padre, pedagógico, repite su mensaje: «Este es mi Hijo, el que amo, en el que me complazco». Es la perfección de mi proyecto, la obra madura y acabada de mi criatura humana, el modelo y ejemplo personal para todos y cada uno de los hombres. Y además contiene en sí mismo la fuerza y virtud para que todos lleguéis a ser como Él es, delante de mí eternamente.
Cuando proclamamos que Dios se hizo hombre, como mensaje precioso de Navidad, entendemos asombrados que a nosotros nos hace dioses, con Él dentro, entre nosotros. Esa me parece la traducción, en riqueza y contenido, del término eudokía del Padre. Nos ama porque somos hijos en el Hijo. Nos habla porque somos espíritu en su Espíritu, y con ese mismo amor los amamos nosotros a ellos, a los tres que son Uno. Por eso la Navidad, no solo nos asemeja al Hijo, que se achiquitó para hacernos semejantes, sino que nos asemeja al Padre, porque también nosotros podemos amar al Hijo, y complacernos en Él y en sus cosas. Esa complacencia o eudokía nos la produce el Espíritu Santo.
En Navidad sabemos que la Virgen dio a luz al Emmanuel, al Dios con nosotros, que nos enseñará a amar a su Padre, nuestro Padre. Pero también el Padre nos enseña a amar a su Hijo, el Hijo del hombre, nuestro hijo, con su mismo amor. Es sin duda una fiesta de Familia, y nosotros somos su familia. Lo vamos a vivir en el Tiempo Ordinario que hoy comienza también…, si es que hubiese algún «tiempo ordinario» en el amor.
Manuel Requena
1 comentario
Me ha gustado mucho . Culto,bien redactado y con un gran fondo: sentirnos en la complacencia de nuestro Padre,Dios creador.