Ninguna prueba más convincente de la posibilidad y necesidad de aunar ciencia y fe, que la vida de aquellas personas que descollaron en ambas facetas. Ejemplos diversos he ido exponiendo en artículos anteriores. Hoy deseo destacar una figura sobresaliente en el campo de la ingeniería e inventiva: Wernher Von Braun. Se le considera el “padre” de la astronáutica, sobre todo por su proyecto Apolo que permitió el primer alunizaje de un ser humano, el 20 de julio de 1969.
Von Braun nació el 23 de marzo de 1912 en la ciudad alemana de Wissitz. Se doctoró en Ciencias Físicas en la Universidad de Berlín teniendo tan sólo 22 años de edad. Falleció de cáncer el 15 de junio de 1977, en Estados Unidos.
Era Von Braun una persona profundamente religiosa, enamorado de la oración. Escribía así en 1969: “Cuando no era más que un niño me dedicaba a ensayar mis cohetes de fabricación casera en un descampado cercano a mi casa. Y cada vez que me arrodillaba para pulsar el botón de ignición, rezaba. Era una oración a la desesperada, una oración que se concentraba en la última esperanza: “Por favor, Señor, que suba éste”, suplicaba. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que la religión era algo vital que había que respaldar con disciplina y mortificación. Y simultáneamente me fui percatando de que mis oraciones, para ser reales, tenían que desplazarse hacia una nueva dimensión. Y empecé así a hacer oración todos los días, a todas las horas, en vez de limitarme a “apretar el botón” y esperar lo que viniera. Me tomé el trabajo de alejarme muchos kilómetros para internarme en el desierto y hacer mi oración en solitario. Rezaba también con mi mujer por las tardes. Y al considerar mis problemas, procuraba encontrar la voluntad de Dios.
En nuestra época de vuelos espaciales y reactores nucleares, es preciso conseguir una atmósfera ética y moral que gobierne nuestro control de poder. Y esto puede conseguirse solamente dedicando muchas horas a ésa concentración profunda que se llama oración.
La oración puede llegar a convertirse en un trabajo realmente duro. Pero la verdad es que es el trabajo más importante que podemos realizar en nuestra vida”.
Hasta aquí el texto de Von Braun, publicado en diversos diarios. Confesión sincera y admirable. Testimonio de un hombre totalmente inmerso en las realidades temporales y técnicas, pero simultáneamente cautivado por el contacto estrecho con Dios. Que supo evolucionar desde una oración vocal –el rezo- a la auténtica oración mental, que no es más que amar. Pues en la oración, hablar con Dios está bien, pensar en El es mejor, pero amarle a El es el todo. O como dice Santa Teresa de Ávila: “No es otra cosa la oración que tratar de amor con quien sabemos que nos ama”.
En marzo de 1969, Wernher Von Braun, responsable principal en la NASA de aquel histórico viaje en el que Neil Armstrong pisó por primera vez la superficie lunar, publicó en la prensa un artículo acerca de su fe en la inmortalidad. Y creo de interés entresacar en forma literal los razonamientos que allí exponía. Decía así:
“Hoy más que nunca, la supervivencia –la de usted, la mía y la de nuestros hijos- depende de nuestra adhesión a los principios éticos. Solamente la ética decidirá si la energía atómica ha de ser una bendición o el origen de la destrucción total de la humanidad.
¿De dónde procede el deseo de actuar con arreglo a los principios de la ética? ¿Qué es lo que nos hace ser morales? Creo que hay dos fuerzas que nos impulsan a ello. Una de ellas es la creencia en el Juicio Final, en el que tendremos que dar cuenta de lo que hicimos con el gran don que Dios nos concedió: la vida terrenal. La otra fuerza es la creencia en un alma inmortal, un alma que disfrutará de la recompensa o sufrirá el castigo decretado en dicho Juicio Final.
La creencia en Dios y en la inmortalidad es lo que nos da la fuerza moral y la transformación, cabe entonces pensar que si Dios aplica este principio fundamental a las partes más diminutas e insignificantes de su Universo, ¿no es lógico suponer que lo aplique a la obra maestra de su creación: el alma humana? Yo creo que sí lo es. Y todo lo que la ciencia me ha enseñado y continúa enseñándome, refuerza mi creencia en la continuidad de nuestra existencia después de la muerte. Nada desaparece sin dejar rastro”.
Bello texto éste de Von Braun. Que no hace más que corroborar la frase de Einstein: “Cuantos menos conocimientos posee el investigador, tanto más alejado se siente de Dios. Pero cuanto mayor es su saber, tanto más se le acerca”.
En nuestro mundo moderno mucha gente parece experimentar la sensación de que, en cierto modo, la ciencia ha dejado anticuadas o fuera de lugar las “ideas religiosas”.
Pero yo creo que la ciencia le reserva una verdadera sorpresa a los escépticos. La ciencia, por ejemplo, nos dice que nada en la naturaleza, ni la más ínfima partícula, puede desaparecer sin dejar rastro, sin alterar el entorno, sin dejar vestigios de su paso.
Hay que pensar en esto. Si se hace así, las ideas acerca de la vida no volverán ya a ser las mismas. En efecto, si la ciencia descubre que en la naturaleza no existe la extinción, la desaparición total y completa, sino tan sólo la orientación ética que necesitamos prácticamente para todas las acciones de nuestra vida cotidiana.
1 comentario
Mi Dios te doy las gracias eres el Dios de dioses gracias Señor por haberle dado la sabiduría al Dr. Werner Von tu palabra sin ti nada somos padre también tengo hambre y sed de tu palabra ayúdenos a todos que te buscamos por medio de tu Jesucristo y no nos dejes nunca. Amen.