En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí». (Juan 14, 1-6)
“Es bello pensar que la muerte del cuerpo es como un sueño del que Jesús mismo nos despertará. Es bueno recordar en los cementerios no sólo a nuestros seres queridos; sino a todos, también a aquellos a quienes nadie recuerda. La tradición de la Iglesia ha exhortado siempre a rezar por los fieles difuntos, ofreciendo por ellos la celebración eucarística, que es la mejor ayuda espiritual que podemos ofrecer a las almas, particularmente a las más abandonadas. El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son el testimonio de la confiada esperanza radicada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, porque el hombre está destinado a un vida sin límites que tiene su raíz y su fin en Dios”(.Francisco)
La Conmemoración de todos los difuntos es una ocasión única, y muy especial, para que todos los cristianos, todos los hombres, vivamos la Comunión de los santos. Esa unión de oración que nos ayuda a descubrir la realidad de que somos familia de Dios, y a la vez es un momento propicio para pensar, cada uno, en su propia muerte.
Ayer y hoy, toda la Iglesia: la iglesia militante de la tierra, la iglesia purgante en el purgatorio, y la iglesia triunfante en el cielo del Cielo, celebra el recuerdo de todos sus hijos ya difuntos, con un solo corazón, con una sola alma, y clama al Corazón Misericordioso de Dios intercediendo por ellos.
Vivimos nuestra acción de gracias al Señor por quienes gozan ya eternamente en la alegría de la Santísima Trinidad, en el Cielo. y con ellos cantamos un Gloria eterno a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Y con esta acción de gracias la Vida eterna, la resurrección de la carne, se hacen más vivamente presentes en nuestra vida.
Y pensamos en el gozo del Señor al abrir las puertas del Cielo a quienes le han buscado, amado, servido, anunciado en la tierra. “Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo…Porque Él ya sabe que le amas…, y de qué pasta estás hecho. –Si tú le buscas, te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡pero has de buscarle!” (Camino, 880)
Al visitar los cementerios, y adornar las tumbas de nuestros seres queridos, nos unimos también al dolor del Señor que, después de morir en la Cruz por nuestra salvación, y anunciarnos la vida eterna en su Resurrección, ve rechazado su Amor por quienes se obstinan en apartarle de sus vidas, y se encierran en su propia soledad, en su propio infierno. Judas nos recuerda la capacidad y la libertad del hombre para rechazar el Amor de Dios Padre; Amor hecho hombre en su Hijo Jesucristo.
A estos pecadores habla san Pablo: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará” (Ef. 5,14); y les invita a ellos, invitándoles al arrepentimiento, a pedir perdón, camino obligado para acogerse, con humildad y confianza, a la Misericordia de Dios,
En las Misas que celebramos estos días unimos nuestras oraciones a los que crecen en amor a Dios en el Purgatorio, y le pedimos al Señor que adelante la llegada al Cielo de todos los que en el Purgatorio esperan recibir de Sus manos la bienaventuranza eterna.
Unimos nuestras súplicas a las de todos los que caminamos en la tierra con el deseo de seguir las huellas y los mandamientos del Señor –Él es el Camino, la Verdad y la Vida- entre tropiezos, caídas, peticiones de perdón por nuestros pecados, rogando al Señor que abra sobre nosotros su Corazón Misericordioso, nos ayude a reconocer nuestros pecados, a arrepentirnos y a pedirle perdón en el Sacramento de la Reconciliación.
Con nuestras oraciones, llenamos los cementerios, caminamos con nuestro seres queridos, adornamos con flores sus tumbas, y con oraciones tantas tumbas abandonadas, algunas por el pasar del tiempo, otras abandonadas de la memoria de seres que les han querido en la tierra. Con las flores, y el lento andar entre tumbas damos testimonio de la esperanza de vida eterna.
Y rezamos también por todos los difuntos de tantas personas que reniegan de Dios. Pedimos a Cristo, que es “la Resurrección y la Vida”, que el recuerdo de sus seres queridos que ya han pasado de este mundo al Padre, remueva su cabeza y su corazón, y se abran a la luz de la Fe, den el paso del arrepentimiento, y así el Señor tenga la alegría de acompañarles en el camino a la vida eterna.
Rezando así, en la comunión de los santos en este día de la conmemoración de los fieles difuntos, padres, hijos, abuelos, nos consuelan las palabras del Señor:
“Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en Mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros” (Juan 14, 1-5).
Pidamos a la Virgen María, Refugio de los pecadores, Auxilio de los cristianos, Consoladora de los afligidos, que sea para todos nosotros, pecadores arrepentidos que amamos a su Hijo, la Puerta del Cielo.