Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (San Juan 13, 1-15).
COMENTARIO
Año tras año, en cada celebración de la “Cena del Señor” en el Jueves Santo, cuando se acaba de proclamar el evangelio resuena dentro de mí esta pregunta. De manera singular en la celebración del “lavatorio de pies” dentro de la cárcel. (Quizás sea uno de los signos que más voy a echar de menos este año). ¡Qué importancia tendrá este gesto en este lugar concreto que el Papa Francisco lo lleva haciendo desde el inicio de su pontificado! Hay supuestos videntes que dicen saber leer las manos. En el Jueves Santo hay que saber leer los pies. En los pies quedan las secuelas de los tropiezos, los callos del esfuerzo, las cicatrices de las caídas en el camino…
“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?” Resuena en mi interior y ahí, en la sinceridad de lo íntimo la respuesta: “Pues, ¡NO!”. Es más, creo que, si en algún momento la respuesta es “sí”, tendré que dejarlo y dedicarme a otra cosa. Ese día habré creído encontrar una meta y el amor hasta el extremo siempre añade un paso más.
En la celebración del miércoles de ceniza, exhortaba a los fieles a vivir esta cuaresma de forma novedosa, esta Pascua a la que nos preparamos en el itinerario cuaresmal no debía ser la repetición de una serie de ritos consabidos de un guion cuyo argumento ya conocemos y además va perdiendo dramatismo porque ya conocemos el desenlace. La misma liturgia de siempre, las mismas procesiones de siempre, los mismos sermones de siempre… y hasta las mismas películas de siempre. Todavía no sabíamos lo que se venía encima: el coronavirus era algo exótico y lejano que a lo más que nos iba a afectar era una gripecilla sin importancia; pero que en nada iba a alterar nuestros planes planificadamente planificados.
Hoy me imagino a los apóstoles en el cenáculo. También se estaban preparando para celebrar una fiesta que el pueblo de Israel llevaba realizando desde hace siglos, cuya liturgia estaba rubricada bajo un preciso ritual por todos conocido. Probablemente no esperarían nada nuevo, tal vez comentar si el pan ácimo había quedado más o menos duro que otras veces o la calidad de la cosecha del vino de este año. Tal vez alguno de ellos podría barruntar que se estaba tramando algo que no estaba en el guion (“ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas la intención de entregarlo”), por lo demás, todo bajo control. Quizás se les había pasado el pequeño detalle de a cuál de ellos le correspondía hacer el “rito de la ablución”, al igual que si en una de nuestras misas está todo perfectamente preparado, y simplemente se olvidó el detalle de “quién va a pasar el cepillo”. “-¡Venga, sal tú!, -No mejor tú que a mi me da corte.” “-No, que yo ya he salido a hacer la lectura…” Si hubiese sido algo más lucido… pero el lavatorio era la misión del esclavo, del menos importante.
Entonces surgió lo imprevisto. Saltándose las prescripciones del “séder pascual” se pasó de la “pascua de la antigua alianza” a la pascua de la “Nueva Alianza”: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo…” y con los que realizo grandes prodigios en toda una “historia de salvación” -la cual iban a recordar en este memorial- “los amó hasta el extremo”. “Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por sus amigos”. Y desde aquella tarde, el lavatorio, el pan ácimo, el cáliz… Todo iba a adquirir un significado y una realidad nueva: Cuerpo entregado, sangre derramada, el que quiera ser el primero sea servidor… La vida, toda ella, como Eucaristía (acción de gracias).
Esta tarde, viendo como está nuestro mundo, muchos nos preguntamos y tampoco terminamos de entender. Pero, hoy también queda el eco del Evangelio que nos sigue preguntando: “¿Comprendéis lo que estoy haciendo con vosotros?”. –“Pues, ¡NO!, sigue siendo mi respuesta; pero intuyo que lo que no entendemos ahora se comprenderá más tarde. Y que no está fuera de un plan amoroso de Dios, ¡hasta el extremo!
Todo “para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.” Se nos está insistiendo por doquier la importancia de lavarnos las manos con mucha frecuencia para frenar este “ángel exterminador” que nos amenaza pero, los pies… ¿a quién corresponde lavar los pies?