Vivir alienados
por Luciano García Matas
LA RAÍZ DE TODO
ESE VENENO SE ENCUENTRA EN
UN SISTEMA CULTURAL
Y EDUCATIVO NEFASTO QUE
ESTÁ BASADO EN “EL TENER”
EN LUGAR DE EN “EL SER”A LO
LARGO DE LA HISTORIA EL
HOMBRE HA SUFRIDO EN SU
NATURALEZA CONSTANTES
MUTILACIONES: ALIENACIONES
POR CAUSA DEL TRABAJO
Y REPRESIÓN PSÍQUICA POR
CAUSA DE LAS NORMAS
EDUCATIVAS Y SOCIALES QUE
HA IDO RECIBIENDO
A la dominación del hombre por el hombre del capitalismo
industrial se ha sobreimpuesto la dominación del hombre
por la máquina, por el consumo, por la moda y por el “bienestar”
general. El “yo” se ha visto así asaltado y seducido por
la sociedad de consumo y por el modelo uniformante de
las modas que simbolizan el cómo hay que pensar, actuar
y comportarse para no quedarse fuera de lo que la sociedad
demanda. Las formas de vida alienada se extienden
así a todas las esferas de la existencia: familia, trabajo, ocio, relaciones sociales,
estructuras, etc. y el hombre acaba identificándose con los objetos hasta
el punto de comprarse o venderse como una mercancía más. El resultado
es una sociedad masificada incapaz de rebelarse contra el poder abstracto
que la esclaviza y que adopta diversas formas de dominación y de opresión.
Fromm asegura que no son ya “Eros” y “Tánatos” quienes determinan el comportamiento
del individuo, sino el “carácter” que han generado los condicionantes
económicos, ideológicos y sociales vigentes en cada momento histórico.
Estos -y nada más que ellos- son quienes transforman, estabilizan y
sistematizan el actuar de los individuos, alienándolos de sí mismos. La alienación
es el modo como el hombre se siente a sí mismo como un extraño.
La forma de no reconocerse como el autor de los propios actos, sino que éstos
y sus consecuencias son su auténtico amo.
El Carnaval constituye la mejor imagen y representación de esta sociedad
actual. Masas de personas corriendo hacia el espectáculo; apoteosis de ruido
y charanga; tiempo de ocio y de evasión que reactualiza en todo su esplendor
el lema del “carpe diem” de siglos atrás. Demanda de decibelios hasta el límite
de lo humanamente soportable porque el silencio y la soledad ponen
muy nervioso y producen pánico a muchos. Trabajo agitado, preocupaciones
consumistas que bien se encargan de crearnos los grandes fabricantes
de mercaderías y de impulsar los medios de comunicación e intereses egoístas
de todo tipo que no dejan espacio ni al silencio ni a la reflexión para
alimentar un espíritu hambriento de plenitud.
Para una gran mayoría, “vivir” consiste en seguir esas corrientes, dejándose
arrastrar por la moda, las experiencias y las sensaciones del momento sin caer
en la cuenta de que todo eso puede al mismo tiempo, robarles el sentido
propio de su existencia. Muchos no alcanzaran a sospechar que están perdiendo
lo más valioso de su vida: la paz y la alegría interior que se necesitan
para ser mejores y más felices.
Resulta en extremo curioso que haya dos valores centrales en la modernidad
que son: “libertad” y “vida”, y que de ninguno de ellos tengamos un conocimiento
claro de lo que significan y de lo que pueden ofrecer al ser humano.
El hombre actual es un hombre relativamente bien
informado, muy atento a todo lo pragmático, e interesado
por multitud de cosas; pero sólo de una
manera superficial. El hombre de hoy es un ser con
una grave mediocridad espiritual y que camina por
la vida sin criterios básicos de conducta. Hay muchos
“hombres-ligth”. Así llama el catedrático de psiquiatría
E. Rojas a cierto tipo de hombres que son
fruto de la mal llamada sociedad del “bienestar”.
Hombres con una muy escasa formación humanística
que han escuchado tantas opiniones sobre
todo, y han vivido tantos y tan rápidos cambios, que
ya no saben a qué carta quedarse. Su actitud ante
la vida acaba sumergiéndose en el “qué más da…”
“todo es más o menos lo mismo” “¿para qué voy a
comerme el coco?” etc. Y entonces acaban optando
por lo mas sencillo o placentero, lo más inmediato,
lo que se puede conseguir sin apenas esfuerzo con
sólo mostrar una tarjeta de crédito que, además, si
es de oro o platino, mejor que mejor, porque será
señal de que se ha triunfado socialmente.
Aunque han sido muchas y muy complejas las causas
por las que se ha llegado a estos modelos de
hombre y de sociedad, la principal, en mi opinión,
ha sido el progresivo alejamiento de Dios. Desconectado
de toda relación con su Creador, la vida del
hombre se está convirtiendo en un episodio irrelevante
que hay que rellenar con todo tipo de experiencias
placenteras. El ideal más seductor se fija en
poseer cosas y “disfrutarlas” y sin eso, añaden sus promotores,
la vida carece de alicientes. Este falso ideal,
aseguraba José María Mardones, ha introducido en
la sociedad un deseo insaciable de cosas y de nuevas
necesidades. El hombre consumista acaba trasladando
esa utilidad o satisfacción personal del terreno
de lo material a las relaciones interpersonales,
categorizando así a hombres y mujeres en función
de su rentabilidad y capacidad de
proporcionar placer.
La raíz de todo ese veneno se encuentra en un sistema
cultural y educativo nefasto que está basado
en “el tener” en lugar de en “el ser”. El impulso ético
que tantas voces han proclamado como necesario
a través de la historia, tiene que lograr que lo humano
reconozca el “conatus” de la persona. Que la
verdad de hacer el bien oriente la vida y señale los
límites debidos a nuestra libertad.
Salir de toda esta mentira sin ayuda resulta prácticamente
imposible, cuando llevamos tantos años
viviendo una relación superficial con nosotros
mismos y con los demás a través de la rutina, la
moda, el hedonismo y el consumismo.
Pero resulta paradójicamente curioso, comprobar
cómo la permanente insatisfacción del ser
humano acaba por convertirse en su mejor
aliado y su mayor tesoro, pues, ayudada por la
conciencia, puede aquélla reconducirle al buen
camino. Ella es la alerta que le impide descansar
satisfecho en la mentira, ya que su voz interior
le repite constantemente que así no merece
la pena seguir. Esa bendita insatisfacción de sí
mismo, en cualquier momento de “gracia espiritual”,
puede descubrirle que tras esa imagen de
autonomía y poder personal existe una gran debilidad
e inseguridad; que detrás de esos caprichos
consumistas hay una intensa necesidad de
plenitud y, que tras las frustraciones y desesperanzas
que nos proporcionan los ídolos humanos
(éxito, poder y placer), hay un enorme deseo
de querer recibir el don de la fe
o, al menos, el sentido de la propia existencia.