“Subiendo a la barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad.
En esto le presentaron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados.»
Algunos escribas dijeron para sí: «Este está blasfemando.»
Jesús, viendo lo que pensaban, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir «Levántate y anda»?
Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice entonces al paralítico-: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».» Se puso en pie, y se fue a su casa.
Y al ver esto, la gente quedó sobrecogida y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres” (San Mateo 9,1-6.8).
COMENTARIO
Personajes de la fe, anónimos, como escondidos tras la enfermedad de alguien querido. ¡Héroes del encuentro de salud con la Palabra!
Según Marcos, ocurrió en Cafarnaún, en la casa de Pedro, donde unos muchachos con fe en Jesús, al no poder entrar con su enfermo a donde estaba, levantaron el techo de la casa y descolgaron al paralítico delante de Jesús.
Los ojos del lector se van hacia el poderío espectacular de Jesús en su palabra, en sus manos y en su conocimiento de los pensamientos íntimos de los hombres, incluyendo sus contrarios escribas, que para Él no están ocultos. Incluso se nos va la vista hacia el pobre paralítico pegado a su camilla de por vida, o hacia la oposición tenaz de los fariseos. Pero hay otros personajes en la escena que son admirados y sublimados por Jesús: los amigos del enfermo. Eran hombres de fe, que hasta se jugaron la vida rompiendo el techo encima de donde estaba Jesús, según Marcos y Lucas. A la suegra de Pedro, ya curada y llena de energía no le sentaría nada bien aquel destrozo en su casa. Y es que los milagros no gustan a todos, ni siquiera en la Iglesia.
Podemos alabar hoy a los que cuidan de los enfermos a costa de sacrificios y atrevimiento personales. No solo me refiero solo a los sanitarios profesionales tan alabados, sino en especial a los que tienen la cruz en su propia casa y familia, a su cargo, y son capaces de verla como un regalo de Dios. No es fácil ser como parece que eran aquellos jóvenes, porque visto desde fuera asombra, pero desde dentro duele.
Aún hay algo más en el Evangelio de hoy. La fe de aquellos jóvenes que movió a Jesús a perdonar pecados y a curar. Lo que perdura de la actuación de Jesús en la Iglesia, lo que más alabamos en general, por las circunstancias de hoy, es el cuidado de los enfermos, pero Jesús lo primero que hizo fue el perdón de los pecados del enfermo, que también era pecador. Les sentó fatal a los fariseos, como si hubiesen oído una blasfemia de alguien que se decía religioso. El perdón le vino por la fe de sus amigos. No se confesó pecador el enfermo, ni siquiera pidió el perdón necesario, pero “por la fe de ellos”, Jesús tuvo para él indulgencia plenaria, e incluso le animó a estar tranquilo en aquella trinchera de guerra abierta entre fariseos y Jesús, con una frase de cariño que sólo un par de veces recoge el Evangelio: ¡“Ánimo hijo”! Es el valor que da Dios a la mediación de la gente humilde, que siempre hace lo que puede por los suyos. No sabemos ni sus nombres, ni su parentesco con el paralítico, pero sí sabemos que Jesús “vio su fe”.
Según los Evangelios, Jesús siempre requería la fe personal del enfermo para curarlo, pero hoy perdona pecados y cura, por la fe de otros. Es una clara puesta en valor de la fe anónima, que solo conoce Dios y el alma, pero que está en comunión con el dolor, y actúa poniendo todos los problemas delante de Jesús. Convivir con un enfermo, cultivando la fe que “rompe techos” de criterios del mundo, y se atreve a poner la situación delante de Dios y vivirla como su cruz, es un regalo precioso y vital del Padre a la Iglesia, que no puede existir sin esa comunión.
Otro personaje colectivo que entra en escena y que parece ser la guinda de toda la actuación de Jesús, es la gente. Simplemente la gente que se maravilla de las cosas de Dios y lo glorifica por ellas con su asombro. Ni siquiera necesita muchas palabras ni gritos, siendo los más numerosos, sino solo admiración de los signos. Y es que la gente no es tonta, como decimos a veces, esa gente asombrada es la tierra donde el Verbo echa su semilla que germina, como María, cubierta por la ‘sombra’ del Altísimo, asombrada por la fuerza del Poderoso. Toda la obra de Jesús va encaminada a levantar y proteger la fe de la gente sencilla en Él.
Incluso en el mundo todos necesitan a la gente sencilla, desde los reyes y tiranos, hasta la más participativa ‘demo-cracia’; la industria y el consumo, la fama y la prensa, todos necesitan el asombro de la gente, que ya tiene su Señor natural, Jesús de Nazaret, aunque a veces ni lo sepan.
Si yo pudiese elegir qué personaje del Evangelio quisiera ser, mientras Dios no dijese otra cosa, yo sería la gente, su gente, que lo busca y vive en su Palabra y en sus manos.