«En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: «Está cerca de vosotros el reino de Dios»». (Lc 10,1-9)
Imaginemos que en una empresa el jefe convoca a un grupo de sus trabajadores para hablarles del nuevo proyecto que se les ha asignado. Con toda la calma del mundo les explica cómo será su misión. El trabajo que tendrán que hacer será desbordante y los trabajadores que se ocuparán de él serán siempre insuficientes para la tarea encomendada. Tienen que comenzarlo ya, sin disponer de tiempo para preparar nada. La hostilidad en el entorno del trabajo será máxima, como la de unos corderos en medio de lobos. No pueden llevar ningún tipo de recurso material que les permita anticiparse a los problemas que puedan surgir. Viajarán a su destino sin dinero, sin maletas y solo con lo puesto. Tendrán que depender de la hospitalidad de las gentes del lugar que no se puede nunca garantizar, y cuando esta les sea favorable aceptarán los recursos que se les ofrezcan sin poder protestar ni reclamar otros.
Finalizada la reunión, alguno mirará alrededor buscando la cámara oculta porque estará convencido de que su jefe les está gastando una broma. Otros decidirán ese día que se cambian de empresa. Y otros, directamente, se lanzarán a agredir a su jefe.
Hoy Cristo se parece en el evangelio a este jefe imaginario que designa a un grupo de discípulos y les plantea una misión, un proyecto nada apetecible en lo humano y que parece mas bien un concurso de supervivencia de esos de la tele. Sin embargo, no dice en este pasaje que a Cristo le protestasen sus discípulos, y debió de salir bien la cosa a pesar del complicado panorama planteado, a juzgar por lo que esa primitiva Iglesia de seguidores de Cristo ha llegado a ser en el año 2014 .
Pero hay que reconocer que los cristianos de hoy nos parecemos más a los trabajadores de esa empresa que a los setenta y dos del Evangelio. Esa es la cruda verdad. Muchas veces me pregunto: ¿por qué sigo a Cristo si siempre que lo hago todo es tan difícil? ¿Merece la pena seguir esforzándose por vivir un ideal tan contrario al pensamiento actual? La respuesta que me viene siempre es la misma que Pedro le dio un día al Señor. “¿Y a dónde iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
La verdad no es negociable, es la que es. Cristo es el Camino la Verdad y la Vida. No elegimos en nuestra vida los diferentes caminos por su comodidad sino por su destino, porque nos llevan a donde queremos ir y nadie quiere ir conscientemente a un destino equivocado o fraudulento. Todos los hombres quieren abrazar lo auténtico, la Verdad, aquello que nos reporta la Paz, eso que llamamos “felicidad” y que no sabemos muy bien que es pero siempre la andamos buscando. Cuando un hombre conoce a Cristo y lo conoce de verdad, por la fe; es decir, cuando un hombre se deja abrazar por el mismo Cristo, ya no puede abandonar el camino al que le conduce ese abrazo porque sabe que se estaría traicionando a sí mismo. Nadie sigue un camino equivocado a sabiendas, o mejor dicho, nadie abandona el camino verdadero, el que me lleva al destino que deseo, y lo hace conscientemente, porque eso es irracional.
Ser discípulo de Cristo, seguirle por los caminos de la vida como los setenta y dos del Evangelio es difícil, porque en ese caminar no tenemos que depositar la confianza ni en nuestras fuerzas ni en las de nuestros medios materiales, ni siquiera en nuestros recursos personales, sólo en Dios, colgados de él. Eso nos hará soportar las hostilidades, las penurias y los sudores de su seguimiento, porque descubriremos que no son más que accidentes en el caminar, pues solo el destino nos aporta la serenidad de que, nos guste mucho o poco el paisaje, estamos en el camino verdadero.
Jerónimo Barrio