“En aquel tiempo, exclamó Jesús: -«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,28-30)”.
Este breve fragmento, tan solo tres versículos, del evangelio de Mateo que hoy proclama la Iglesia, es un magnífico ejemplo de la famosa frase del escritor aragonés del siglo XVII, Baltasar Gracián: “Lo bueno si breve, dos veces bueno”.
Verdaderamente esta sencilla invitación de Jesús encierra un gran consuelo. Muchas veces me ha consolado profundamente a mí esta frase cuando, al entrar en la iglesia de los Jesuitas de Madrid de la calle Serrano, la parroquia de S. Francisco de Borja, la he leído en letras majestuosas en la base de la cúpula del altar mayor. Hay que girar 360 grados para leerla entera.
Y pienso que al igual que a mí, a tanta gente de nuestro tiempo le consolaría enormemente escuchar esta sincera invitación a descansar de sus agobios, de sus angustias, de su indignación, de sus situaciones insoportables de precariedad, de soledad, de desamor, de frustración o de hastío. ¡Cuántos hombres y mujeres de hoy no conocen el verdadero descanso y la verdadera paz interior (y exterior)!
Hoy en día se respira una atmósfera de malestar generalizado en todos los ámbitos. A las propias dificultades personales, familiares, laborales, económicas, se añaden más y más sensaciones de injusticia, transmitidas por los medios de comunicación cada día. En esta era tecnológica y de información instantánea, parece que se acumulan hasta la saciedad, y se hacen propias, tantas noticias de desastres, asesinatos, latrocinios, corrupción, abusos de poder, nepotismos, oportunismos y en definitiva, todo tipo de desprecio a la dignidad de las personas y a la consecución de su legítima promoción y búsqueda de una felicidad honesta y coherente.
En nuestro mundo cada vez más globalizado e interdependiente de los unos hacia los otros, son muchísimos los que hoy desearían desgarrar un grito de rabia e impotencia conjuntamente. Estamos asistiendo más que nunca a una generalizada locura suprema de sinsentido. ¡Cuánta gente ya, no-puede-más! ¡El yugo es insoportable!
Pues bien, así las cosas nos viene a visitar esta palabra del evangelio de hoy. En este tiempo de Adviento viene a nosotros esta Palabra: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré”.
Hoy se nos hace este regalo: creer que Jesucristo tiene Poder. Poder de regalarnos el descanso de todas nuestras fatigas, de todos nuestros cansancios, de todos nuestros agobios, de todas nuestras cargas pesadas. La Iglesia nos invita en nombre del Señor a creer esto y a actuar en consecuencia. Creer que Él puede, y acudir a Él. La misión de la Iglesia hoy y siempre es anunciar el Poder de Jesucristo Resucitado de la muerte, el Poder de Dios, la fuerza del Espíritu Santo. En nuestra debilidad Dios se hace fuerte y manifiesta su fuerza.
Ya el profeta Isaías había predicho que el Siervo de Yahveh realizaría esto. “El Señor me ha dado lengua de discípulo para que haga saber al cansado una palabra alentadora” (Is 50,4). Jesús lo cumple en su propia persona. Él es este Siervo de Yahveh. Él es el que da al cansado, al agobiado, al que no-puede-más, una palabra de aliento. Y Él, como maestro que es, nos dice: “aprended de mí”. Él es manso y humilde y su yugo es suave, no es como el yugo del mundo que es esclavizante y aplastador. La carga que nos da es ligera, porque Él ha cargado ya, por todos nosotros, con nuestros pecados, en la cruz, y los ha clavado en ella.
Llama la atención el tono imperativo con el que comienza este fragmento evangélico: “Venid a mí…”. ¿Es una invitación o es un mandato? No dice: “Si queréis, si lo consideráis oportuno, si os parece bien…”. No, dice “Venid”. Es interesante fijarse en la enorme cantidad de veces que el Evangelio utiliza el modo imperativo. Son muchísimas veces, sobre todo cuando está haciendo una llamada a su seguimiento.
Y hoy, en este segundo miércoles de Adviento, en que celebramos que el Señor viene, nos dice a nosotros: “Venid a mí”.
Pues seamos fieles al mandato del Señor y sigamos su divina enseñanza (“Aprended de mí”) y vayamos a Él, y entremos en su voluntad. Y encontraremos el Descanso. No como el pueblo de Israel en Meribá, que no quisieron seguir sus caminos ni hacer su voluntad y por eso Dios juró que no entrarían en su Descanso (cf. Sal 94, 11).
Ángel Olías