«En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Otro, que era discípulo, le dijo: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos”». (Mt 8,18-22)
¡Que difícil seguir a Jesús! Al leer este pasaje no puedo dejar de pensar en la necesidad de ser como niños a la hora de hacerlo. Ciertamente los niños confían en su padre, no se plantean dónde son llevados o traídos. Sólo les importa eso, que están con su padre.
Los problemas comienzan cuando el niño comienza a actuar por su cuenta y entonces ya las cosas no van tan bien; por ejemplo, papá me quiere llevar a la calle y yo estoy viendo la tele. No digamos ya cuando entra en la adolescencia y empieza a tener su propio criterio. Entonces el padre no le entiende, no sabe lo que necesita, es un carca y le lleva a sitios que no valen para nada.
Cuanto más se piensa más parece que este es nuestro problema al seguir a Jesús. Seguro que todos esperamos algo de ese seguimiento. La verdad es que es algo difícil de ver , y mejor que yo lo explica el papa Francisco el pasado 5 de mayo.
Por todo esto, creo que hoy es un buen día para recordar al joven rico, que tras hacer ver a Jesús que cumple los mandamientos, pregunta que hay que hacer para alcanzar la perfección y obtiene una respuesta que no le gusta (Mt, 19, 20-21): El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?». Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme».
Cuántos de nosotros cumplimos, pero adoptamos una actitud tan soberbia y tenemos tan claro lo que queremos que no estamos dispuestos a vivir sin madriguera y tenemos miedo a dejarnos en sus manos, sin saber dónde nos lleva la voluntad de Dios. Es exactamente lo que le sucede a Pedro, que mirando a Jesús es capaz de caminar sobre las aguas, pero se hunde en cuanto su entendimiento le dice que eso no es posible.
Pidamos al Señor que nos conceda amarlo a Él por ser el que es, y tener la suficiente humildad para dejarnos arrastrar por su voluntad, sin poner por delante nuestros planes, nuestros criterios y nuestras seguridades.
Antonio Simón