«En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa”. Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”». (Mc 12,38-44)
Comienza el Evangelio con esta frase de Jesús: “Entre lo que enseñaba Jesús a la gente”. Quizá podríamos decir que estamos obligados a leer lo anterior y retomar los textos pasados para ponernos en situación. Y así es. Leemos en San Marcos unas líneas atrás una catequesis de Jesús a los escribas hablando del David y su “paternidad” con respecto de Él. Y les recuerda el Salmo 109. Y es que las Escrituras se interpretan con las mismas Escrituras. Y si retrocedemos aún más, en el mismo Evangelio de Jesucristo según San Marcos, en el mismo capítulo 12, versículos 28 a 34, Jesús es interpelado por un escriba que le pregunta por el primer mandamiento de la Ley. Jesucristo emplea la misma forma de enseñar: le recuerda el Shemá: “…Escucha Israel, amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas…se lo enseñarás a tus hijos…”
Y eso es lo que debemos hacer nosotros; cuando vayamos al Evangelio, alimento y fuente vida, Palabra revelada por el Padre, fijémonos en cada una de las frases, de cada palabra, porque en ellas se encierra toda la Verdad con mayúscula: Dios mismo. Y para situarnos en el contexto, leamos un poco antes del texto para saber de dónde viene la situación que se nos expone.
Seguimos con el tema que nos ocupa hoy; pero creo que es buena esta nota introductoria para poder, por así decir, “bucear” en la inmensidad y el conocimiento de Jesucristo.
¡Cuidado con los escribas! Nos alerta Jesús. De modo que acaba de ser interpelado por ellos, le han preguntado y Él mismo les ha dado la catequesis ¿ Por qué, pues, esta alerta? Pues es que las preguntas que le han hecho no son para conocer, son más bien para dejar su predicación en ridículo, para desprestigiarle…Los escribas y los doctores de la Ley se sabían de memoria las Escrituras, ¿por qué le preguntan por el primer mandamiento de la Ley, cuya respuesta está explícitamente en el libro del Deuteronomio?
Jesús conoce perfectamente el corazón perverso de muchos de los que le escuchan; pero para eso ha venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad, (Jn 18,37) como le dice a Pilato más tarde poco antes de su crucifixión: “…Todo el que es de la Verdad escucha mi Voz…” (Jn 18,37)
Su venida estaba profetizada muchos siglos antes, así como la perversidad del hombre. Leemos en Ezequiel: “…Arrancaré vuestro corazón de piedra y os daré un corazón de carne…”(Ez 36,26). Y delata la forma vanidosa de actuar de los escribas y fariseos, buscando honores y lugares de prestigio en la mesa. Y así se expresa en el Evangelio según San Lucas: “Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que hayan reservado el sitio a otro más distinguido que tú…”(Lc 14, 8-11)
¿Nos recuerda esto algún momento de nuestra vida? Seguro que habrá habido momentos en que nos haya podido suceder. Lo importante es que aprendamos esta lección de Jesucristo.
Y Jesús, dejando ya este tema, si fija en el Arca de las Ofrendas, donde la gente entrega sus limosnas. Muchos entregan grandes cantidades para ser vistos por los demás, buscando honores… ¡Cuántas veces habremos contado las cosas que hacemos por los demás, el dinero prestado, las limosnas, las catequesis o conferencias dadas, etc.! Hemos buscado la gloria de los hombres robando la Gloria a Dios. ¡A Él toda la Gloria y la alabanza! Y, a lo peor, hemos tenido la desfachatez de decirle a Dios: ¿Con lo que yo he hecho por ti, he predicado en las plazas, he comido y bebido contigo… y así me tratas? O quizá hemos “mercadeado” con Él: ¡te pongo una vela si me consigues tal o cual cosa! ¡Cuánta paciencia de Dios con nosotros! Pero él nos moldea, amasa nuestro barro… ¿Hay alguien que nos ame así?
Y se fija en una pobre viuda. En aquellos tiempos, las viudas estaban totalmente desamparadas; no había Seguridad social que las amparase, quedaban a la caridad de los demás y, sin embargo, esta mujer da en el Arca de las Ofrendas lo que probablemente tenía para comer. Y Jesús alaba el gesto. ¡Seguro que recibió el ciento por uno! ¡De momento, ya cuenta con el cariño y admiración de Jesús! ¿Se puede esperar más? Seguro que Jesús supo recompensarla, aunque esto no figure en el texto.
¿Con qué nos quedamos de este Evangelio? Por un lado, Cristo denuncia la vanidad de los escribas y de todos los hombres de todos los tiempos. Los tiempos cambian pero el corazón del hombre no. Por otro, alaba la generosidad en la limosna. Estemos seguros que nada escapa a los ojos de Dios. “…Os aseguro que todo aquel que dé beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, no perderá su recompensa…” (Mt 10, 42)
Y la limosna no es solo para aliviar con bienes materiales las necesidades humanas, que también. Existe la limosna del Pan de la Palabra, de la que tantos estamos necesitados, y este Pan nos lo da Jesucristo para que lo partamos y compartamos con los demás.
Alabado sea Jesucristo.
Tomás Cremades