Hace tiempo que siento me falta vida de verdad, la busco en lugares equivocados, la realidad se distorsiona, la armonía desaparece y la melodía ya no suena como antaño. Intento buscarte y no te encuentro como antes, no percibo tu presencia, no se deleita el alma y… me cuesta tanto verte en mi vida. Quiero reconocerte en el otro, en la mirada ausente, en las llagas doloridas, en el vivir sufriente. ¿Dónde encontrarte, dónde buscarte? Ya no sonrío como antes y me ha cambiado la mirada. Ya no abrazo ni acaricio como antaño. El sol sale cada día y yo lo veo diferente; el gallo sigue cantando en cada amanecer y no lo escucho como entonces. Ya no veo como antes a los que me rodean, ni la vida con su tiempo me sorprende. Todo está en silencio, quieto, enmudecido y hasta la naturaleza parece ya no hablarme. Me reconozco pobre, sufriente… y me duele el alma. fuerza sanadora, poder curativo Suena la melodiosa y suave voz de la Hermana Glenda —“No soy digno de que entres en mi casa…”—, hoy comenta el evangelio de Lucas 7,1-6. Me dispongo a leerlo, orar con ese texto, meditarlo y contemplar a Cristo en las escrituras. Todo ello intentando gustar y saborear internamente las cosas de Dios, que en definitiva es lo que nos llena. Sigue la música con su melodía y con una letra que me envuelve, que trasciende. Y me siento indigna, indigna de que entres en mi casa, porque conoces mi vida, mis secretos, mis pecados. Pero como el centurión te pido sólo una palabra, una palabra que me haga renacer de nuevo, una palabra que dé sentido a lo que hacemos, una palabra de aliento que cure mis heridas, que sane mi vida, que toque mi corazón. Es cierto, Señor, que últimamente no me he parado a escucharte, a mirarte; no te he concedido tiempo para oírte, estar contigo, contemplarte. Así es imposible encontrarte y sentirte, imposible curar mi sordera, inhalar tu aliento, cruzarme con tu mirada, sonreír contigo, abrazarte y acariciarte. ¡amor, que vienes a mi debilidad para que sea capaz de amar! Por ello te pido, Señor, una palabra que toque mi corazón para cambiar mi vida, para remediar mi dureza de oído. Te ruego un aliento tuyo que sople sobre mí, que insufle tu espíritu para tener vida y repartirla a los demás. Una mirada tuya que me cure y me haga reconocerte en mi trabajo, en mi familia, en los pequeños detalles, en cada momento de mi vida. Una sonrisa tuya para poder sonreír de verdad, para que se me llene el alma y poder compartirla en la cotidianeidad. Una caricia sincera, dámela tú y yo podré acariciar al que sufre, abrazar al hiriente y amar al dolorido. Palabra, sonrisa, mirada, caricia, cualquier cosa tuya servirá para sanarme y ofrecerla a los demás.
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