Todo tiempo es propicio para meditar acerca de la trascendencia de la vida que nos ha dado Dios, una trascendencia que implica seriedad pero nunca tristeza, sino todo lo contrario, porque solo en la verdad revelada por el Señor podemos estar alegres.
Una buena parte de mi existencia la he vivido equivocado a la hora de discernir acerca de la existencia del mal, como realidad que aparece todos los días a mi lado y dentro de mí. Y esto ha sido así porque mi mirada, en vez de dirigirse a Dios ha estado regida por mi razón, por mi inteligencia, ha estado gobernada por mi hombre viejo, de forma que mi capacidad de discernimiento estaba prácticamente anulada.
El mal estaba siendo representado para mí, fundamentalmente, por todo lo que no se ajustaba a mis esquemas de juicio y “valores”, en definitiva por lo que destruía a mi “yo”. De esta manera estaba condenado a defenderme con las armas de mi justicia, devolviendo golpe por golpe, daño por daño y, si era posible, asegurándome de que el otro hubiera escarmentado. Y el Señor quiso, por pura misericordia, que el escarmentado fuera yo y pudiera experimentar, en lo más profundo de mi ser, que estaba siendo destruido por mi propio pecado, que me estaba convirtiendo en un ser destinado a una muerte estéril, absurda, a habitar una vida sin esperanza.
rompiste mis cadenas
Un día el Señor, después de haberme gastado su herencia y experimentar un profundo sufrimiento, alejado de Dios, en tierra extranjera, quiso, por pura misericordia, instalar en mi corazón una necesidad apremiante de retornar a la Iglesia, y allí a través de unos catequistas (mis catequistas a partir de ese momento) me fue revelada la Palabra de Dios y esta iluminó mi vida, ofreciéndome una panorámica, un horizonte radicalmente diferente del que hasta entonces se presentaba ante mí.
Mi vida podía estar plena de sentido. La alegría, la paz, el buen ánimo podían tener cabida, aún en medio de dificultades y adversidades, porque estas podían hacerme caer pero habían perdido el poder de destruirme, después de cada caída me podía levantar, porque el Señor estaba ahí, para darme la mano.
Lo que se me había anunciado en la Iglesia, el poder salvífico de la misericordia de Dios, se hizo real y evidente en momentos concretos de mi vida, precisamente cuando el fracaso y los enemigos parecían haber ganado la batalla y las esperanzas habían desaparecido. Estas experiencias sellaron para siempre mi corazón. De forma, que cuando el peligro y el sufrimiento aparecen puedo decir con el salmista: ”¿Porque te acongojas alma mía, porque te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo”.
El Señor ha iluminado mi interior y me ha hecho descubrir que el mal se presenta también muchas veces dentro de mí, que me puedo convertir fácilmente en un agente de iniquidad. Y ante esta realidad Él es el único que salva, como dice el profeta Isaías: “Me has curado, me has hecho revivir, la amargura se me volvió paz, cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y volviste la espada a todos mis pecados”.
venid y escuchemos su voz
Todos los días, gracias Dios, experimento en mi debilidad, que la predicación recibida y los buenos propósitos están depositados en la vasija de barro que soy. Compruebo que soy tremendamente frágil ante la tentación , si me alejo de Dios y que, desde esa lejanía, entro en la murmuración y las quejas cuando aparecen los problemas y lo que mi razón presenta como injusticias.
Pero si miro a Jesucristo me doy cuenta que Él sufrió también tentaciones y las crucificó a su lado. ¿Qué hacer cuando aparece algo en mi vida que, aparentemente, tiene el poder de destruirme? El Papa Benedicto XVI dice en su último libro, de reciente publicación, sobre Jesús de Nazaret que “a fin de cuentas la verdad y el amor no tienen otra arma en su lucha contra la mentira y la violencia que el testimonio del sufrimiento”.
Y este es el testimonio que estoy llamado a dar ante los demás. Porque ahí fuera estarán pendientes de que mis palabras y mi vida no sean divergentes. Observarán cual es mi reacción cuando aparece la cruz en mi vida, si la vivo como un instrumento que me acerca a Dios o como algo que exclusivamente me lleva a la muerte. Verán si, cuando se presenta la ocasión elijo el camino que les he anunciado o me voy por el otro.
A estas alturas, después del derroche de amor que Dios ha tenido conmigo, tengo claro que su voluntad pasa porque le dé a conocer a los demás, como otros hermanos han hecho conmigo. Cada día se presentan oportunidades para hacerlo, no hace falta realizar grandes trayectos, están ahí, en mi barrio, con mis vecinos, en mi trabajo, con mi familia, mis amigos.
Mi salvación pasa también porque sea fiel a esta misión y si me encuentro débil y falto de valor el Señor me dará las gracias que necesito. Millones de personas están experimentando un profundo vacío existencial en sus vidas, están alienadas, esclavizadas por el afán de gratificarse continuamente, caminando a través de toda clase de vicios y servidumbres. Necesitan a Dios sin saberlo y alguien se lo tiene que decir.