«¿Pero con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ´Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado`. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ´Demonio tiene`. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ´Ahí tenéis un comilón y un borracho. Amigo de publicanos y pecadores`. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11, 16-19).
El camino del Adviento nos invita a tomar nuestra vida en peso y a vivirla con sensatez. La provocación a estar en vela y en permanente estado de alerta nos desafía a preguntarnos cómo acogemos las «visitas» que el Señor nos hace diariamente a través de «cada hombre y cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino» (Prefacio III de Adviento), no sea que nos pase como a la generación que tuvo la dicha de compartir la existencia con Jesús que no reconoció «el tiempo de la visita» (Lc 19, 44) del Mesías y tampoco de su precursor Juan Bautista de ahí la reflexión de Jesús: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? (Mt 11, 19).
Jesús que siempre habla bien de los niños sin embargo, en esta ocasión, los pone como ejemplo de lo que no hay que hacer. Esta es la única vez que no habla tan bien de ellos al comparar su generación con la actitud infantil de estos en el juego: como niños enojadizos que rechazan todos los juegos que se les ofrecen (aquí los juegos de boda y de entierro) los judíos rechazan todas las insinuaciones de Dios, tanto la penitencia de Juan como la condescendencia de Jesús con relación a la era mesiánica. Se trata, pues, de una imagen de niños algo especiales: maleducados, descontentos, nada les gusta. Imagen para describir a los jefes de su pueblo, gente que no estaba abierta a la Palabra de Dios. Aceptar la verdad de la Revelación y no al predicador muestra una mentalidad fruto de una vida encerrada en preceptos, compromisos, proyectos revolucionarios y espiritualidad sin carne. Son cristianos que no bailan cuando el predicador te da una hermosa y alegre noticia, y no lloran cuando el predicador les da una noticia triste, esos cristianos que están encerrados, prisioneros, que no son libres. Tienen miedo a la libertad del Espíritu Santo, que viene a través de la predicación.
Contrasta esta actitud de resistencia activa a la acción de la Gracia con la acogida de aquellos que no se defienden ante ella con prejuicios y la acogen con gratuidad y gratitud en el corazón, como lo hacen los publicanos, la prostitutas y los pobres en general que arrancarán de los labios de Jesús este elogio: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él» (Mt 21, 31-32).
Sin embargo, a pesar de la mala voluntad de los hombres, el sabio designio de Dios se realiza y se justifica a sí mismo por la conducta que inspira a Juan Bautista y a Jesús. Las «obras» de este último, en particular sus milagros, son el testimonio que convence o condena. La obra que Jesús reclama en cada uno de nosotros es que creamos en Él y dejemos de ser infantiles: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado» (Jn 6, 20) y en las «obras» que realiza: «Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva: ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» (Mt 11, 4-6). “Mas la sabiduría es justificada por sus hijos” (v. 19). El significado de este proverbio es similar a “por sus frutos les conoceréis.” Jesús reta a sus críticos que miren los efectos de su ministerio – uno ha de ser sordo y ciego para no comprender el significado de tales eventos – debe negarse a ver – taparse los oídos. Para Mateo las obras mesiánicas de Jesús son obras de la sabiduría misma, identificando a Jesús con la sabiduría. Sabiduría, aquí, significa el plan de Dios, la providencia de Dios, o quizá más simplemente, el Cristo de Dios, Jesús mismo. En Mateo, la Sabiduría se encarna en Jesús mismo y el yugo de la Sabiduría es una relación con Jesús en la que la Torá toma un nuevo aspecto, Jesús es su cumplimiento y realización plena como afirmará en unos versículos más adelante: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mu yugo es suave y mi carga ligera» (11, 28-30).
Adviento es el tiempo que nos ayuda a esperar a Jesús que viene, a amar a Jesús que está en medio de nosotros, sacramentalmente en los pobres, y a esperar a Jesús que vendrá a instaurar el Reino donde se vive de amor, de paz y de justicia. ¡Maran athá! ¡Ven, Señor Jesús!