En China la gente ha perdido el sentido de su vida
China es la superpotencia económica del mundo. Un país que crece a pasos agigantados pero que ha apartado a Dios de la sociedad. Oficialmente, solo un 1,2 % de la población es católica, algo más de quince millones de personas. La religión es permitida bajo la vigilancia exhaustiva del Gobierno, que ha creado una Iglesia católica oficial controlada por el Partido Comunista. A la par, existe otra Iglesia clandestina, de las catacumbas, que permanece fiel a Roma. Hasta China llegó hace cuatro años un matrimonio con sus nueve hijos, procedentes del sur de Madrid y enviados por el Papa Benedicto XVI. Su misión es vivir sencillamente como una familia cristiana en medio de una sociedad que ha perdido el sentido de Dios y de la vida. Poco a poco están llevando a algunas parroquias catequesis de iniciación cristiana para adultos. No podemos revelar sus nombres, pues pronto volverán allí y podríamos ponerles en riesgo de expulsión. Han compartido con nosotros su testimonio de fe y misión; una vida acompañada y sustentada por el Espíritu Santo en el corazón de China.
¿Por qué una familia numerosa deja su trabajo, sus amistades, su familia, tira de la puerta y se marcha a anunciar a Cristo en China?
No es una decisión que se toma de la noche a la mañana. Nosotros vivimos nuestra fe desde que éramos pequeños; nuestros padres nos educaron en la fe cristiana. Ya desde niños conocíamos la realidad de la Iglesia, pero en mi caso (habla el padre de familia) en un momento de mi vida, comencé a buscar la felicidad fuera. Todo lo que encontraba no me saciaba y entonces, volví a ver si la fe que había recibido de mis padres me ayudaba, ahora de un modo adulto y maduro. Es a través de la Iglesia como hemos aprendido a tener una relación con Dios de verdad, en lo cotidiano. Este es el sentido de estar ahora en China, porque nos hemos encontrado con Cristo. Recuerdo que Benedicto XVI dijo que no hay obra más grande de caridad que anunciar el Evangelio, porque es dar al hombre una palabra de ánimo, mostrarle el sentido de su vida. Y es eso lo que tratamos de hacer.
sal de tu tierra y de tu parentela
¿Cómo dais a conocer esta Buena Noticia?
Nosotros vamos enviados por el Papa, en comunión con la parroquia donde vivimos nuestra fe. No vamos a China porque nos apetezca o nos guste la aventura, sino que es el Señor el que nos ha llamado a evangelizar. Esta llamada ha sido repetida en varias ocasiones. Recuerdo que la primera vez fue en el JMJ de Colonia 2005. En otra ocasión, durante una catequesis en nuestra parroquia, se nos habló de que ante el sufrimiento del mundo el Señor nos envía a los cristianos para ser Cristo entre la gente. Después del envío del Papa, salimos destinados a China, y lo que hemos hecho en un principio es sencillamente vivir como una familia, conocer la cultura, conocer a las personas, para luego poder hablarles de Jesucristo.
¿Cuáles son las principales dificultades de China para el cristianismo?
El hombre de China vive en una cultura que dificulta el encuentro con Dios, enjaulados en un montón de reglas que no se pueden saltar. También está la complicación de las leyes; todos sabemos que en China hay un régimen totalitario que no permite que exista un cristianismo en libertad. Esto ha provocado la aparición de una Iglesia oficial china, controlada por el Gobierno, y otra Iglesia en comunión con Roma, que vive en la clandestinidad.
¿Qué os encontráis una vez que llegáis a China?
Cuando llegamos fuimos recibidos por un grupo de personas, misioneros como nosotros, que ya estaban en el país. Sin embargo, éramos los únicos extranjeros de nuestro barrio y la gente se quedaba extrañada al vernos. Algunos de ellos se acercaron a nosotros y nos preguntaban. Al principio no se creen que tengamos nueve hijos y que no tengamos dinero. Recuerdo una vecina que se extrañaba porque ellos están pensando en enviar a sus hijos a estudiar fuera y que hagan vida en el extranjero, y nosotros, sin embargo, llegamos allí. Se van dando cuenta de que hay otra forma de vivir.
Antes has hablado de dos Iglesias católicas, una oficial controlada por el Gobierno y otra clandestina. ¿Cómo es la Iglesia allí?
La Iglesia en China vive una situación complicada. Hemos estado en templos que tienen cámaras que graban todo y otros en los que acuden funcionarios del Estado a controlar lo que dicen los sacerdotes en las homilías. Incluso las celebraciones en las casas pueden ser vigiladas. Lo poco que pueden hacer los cristianos es ir a Misa y no llevar la contraria a lo que determine el Gobierno y el Partido Comunista. Este control varía en función de la zona; en las áreas rurales, donde hay menos gente, no se vigila tanto a los cristianos.
Desde el principio hemos tenido que tener mucho cuidado incluso dentro de las parroquias. Sabemos que nuestros teléfonos y nuestro correo pueden estar vigilados. Ha habido casos de expulsiones a otros misioneros por motivos religiosos. Esto hace que siempre midas tus palabras cuando la gente te pregunta por tu fe. Nosotros podemos decir que somos cristianos, lo que está prohibido es hacer proselitismo. Por otro lado, la Iglesia aún conserva la fe de los mártires chinos. Es sorprendente cómo en algunos lugares, los cristianos se mantienen firmes en sus creencias a pesar de tener grandes dificultades para vivir los sacramentos y practicar su fe.
¿Está llegando el mensaje de Cristo a la gente?
Creo que la Buena Noticia del Evangelio sí va llegando, aunque siempre de forma lenta. China es un país enorme, con cientos de millones de personas. Ha pasado de ser un país agrícola a una potencia industrial y tecnológica. Sin embargo, se mueve lentamente en cuanto a la religión. Poco a poco estamos entablando amistad con sacerdotes y otras personas de confianza que nos abren las puertas de las parroquias y las comunidades cristianas; a ellos les presentamos quiénes somos y qué hacemos allí, nos ponemos al servicio de la comunidad y acogen nuestra labor.
si alguno oye mi voz
¿El hombre de China necesita de Dios?
Sí. Nosotros en España también necesitamos de Dios, aunque tenemos aún una tradición cristiana importante. El principal problema de China es que la gente ha perdido el sentido de su vida. Viven para hacer dinero, inmersos en una cultura hedonista y en un sistema que ha apartado a Dios de la sociedad. Sus tradiciones espirituales son muy superficiales, supersticiosas y materialistas. Si tú les preguntas para qué viven, no saben darte una respuesta. De hecho, se sorprenden cuando les haces esta pregunta y les hablas de Cristo. Culturalmente es difícil que el mensaje de Cristo cale, pero el Espíritu Santo ayuda y nos asiste.
¿Qué habéis aprendido de esta misión?
Nuestra vivencia en China nos enseña que la misión es, en primer lugar, para nosotros y para nuestros hijos. Al principio, dejas tu casa, tu trabajo, tus seguridades, etc., y vives en la precariedad. Cuando estás en esta situación te apoyas realmente en el Señor y experimentas cómo Dios se hace presente. Recuerdo que un día teníamos que entregar unos papeles de un visado pero los perdí, y era un problema grave porque si no los encontrábamos teníamos que marcharnos del país. Cuando llegué a casa le dije a mi mujer y a mis hijos que se quedasen allí rezando que yo iba a ir a buscarlos. Volvía desesperado sin encontrarlos, cuando una persona me paró por la calle y me dijo: “Perdona, ¿esto es tuyo?”. ¡Eran los papeles del visado! Vi en ese momento que Dios estaba intercediendo.
A veces el Señor también actúa en cosas grandes. Recuerdo que uno de mis hijos se puso gravemente enfermo y nos dijeron los médicos que se iba a morir. No podíamos hacer nada ni nadie nos podía ayudar; así que no nos quedó otra que clamar a Dios. Fue una semana muy dura, pero al final nuestro hijo se repuso.
Otra enseñanza es que la gente nos mira y somos testimonio simplemente con nuestros actos. Hay quien se pregunta por nuestra forma de vivir; cómo los cristianos pueden amarse de verdad, tener un matrimonio auténtico en el que el marido ayuda a la mujer, que los niños son una bendición… Al fin y al cabo, que puedes vivir dándote a los demás. Esta gente queda interrogada y el Señor es la respuesta.
¿Volveréis a China?
En principio volveremos. La misión es una llamada que el Señor nos ha hecho desde hace tiempo. Es un discernimiento que no termina, cada día tenemos que ponernos de cara al Señor para saber qué quiere de nosotros. Así que estamos en sus manos y esperamos volver pronto allí.
Josué Villalón
Ayuda a la Iglesia Necesitada