«Una familia en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, es poco familia»
La capacidad de convivir y compartir que vive la familia en torno a la mesa y que se dilata en la Eucaristía es «una oportunidad crucial» que puede «vencer las cerrazones» que existen hoy en día «y construir puentes de acogida y de caridad», ha dicho el Papa en la catequesis de este miércoles. Sin embargo, hoy en día esta convivencia está amenazada por las pantallas y «el silencio del egoísmo»
«Si en la familia hay algo que no está bien, o alguna herida escondida, en la mesa se percibe enseguida. Una familia que no come casi nunca juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el smartphone, es una familia poco familia. No es familia, es una pensión». Es la denuncia, muy actual, que ha lanzado el Papa Francisco en la audiencia general de este miércoles.
Dentro de su ciclo dedicado a la relación entre la familia y la Iglesia, el tema elegido por el Santo Padre ha sido la convivialidad (ndr: cordialidad, complicidad), cuyo «símbolo» es «la familia reunida en torno a la mesa doméstica. El compartir los alimentos –y por lo tanto, además de los alimentos, también los afectos, los cuentos, los eventos…– es una experiencia fundamental». Por eso, es frecuente que las celebraciones –y a veces también los duelos– se celebren en torno a la mesa.
Pero «hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivialidad familiar». Además del silencio, el Obispo de Roma denunció que «cuando no hay convivialidad hay egoísmo». Comer juntos «no es siempre el símbolo de un justo compartir de los bienes, capaz de alcanzar a quien no tiene ni pan ni afectos». En los países ricos, gastamos para comer en exceso y luego para adelgazar, y esto «desvía nuestra atención del hambre verdadera, del cuerpo y del alma». Mientras, «muchos hermanos y hermanas se quedan fuera de la mesa. ¡Es un poco vergonzoso! ¿No?»
De la mesa a la Misa
Frente a esto, el cristianismo tiene «una especial vocación» por la cordialidad en torno al comer. Fue asumida por el mismo Jesús, que «enseñaba frecuentemente en la mesa, y representaba algunas veces el Reino de Dios como un banquete gozoso. Jesús escogió la comida también para entregar a sus discípulos su testamento espiritual condensado en el gesto memorial de su Sacrificio». Por eso, cuando la familia va a Misa, «lleva a la Eucaristía la propia experiencia de convivencia y la abre a la gracia de una convivialidad universal, del amor de Dios por el mundo».
En el tiempo presente, esta comunión «generada por la familia y dilatada en la Eucaristía, se convierte en una oportunidad crucial. La Eucaristía y la familia nutridas por ella pueden vencer las cerrazones y construir puentes de acogida y de caridad». En efecto, «no existe división que pueda resistir a este sacrificio de comunión» del Señor, que «entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos». Por ello, también la familia debe «encontrar el modo de recuperar» la cordialidad. «En la mesa se habla, en la mesa se escucha. Nada de silencio, ese silencio que no es el silencio de las religiosas, es el silencio del egoísmo».