«El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Díos-con-nosotros»». (Mt 1,1-16.18-23)
Es cuanto menos curioso que leamos la genealogía de José, en la fiesta de la Natividad de María, cuando la suya propia —no la asumida por matrimonio con José, de la casa de David— no la conocemos. Pero no se equivoca la Iglesia al proponernos esta lectura, aun sabiendo que el evangelista de María es Lucas. Sin entrar en la personalidad y significado en las mujeres que aparecen en la genealogía de José, y que Mateo, como buen israelita, tratándose de Cristo se la sabría también de memoria, lo que quiere resaltar el Evangelio de hoy es la novedad. Así comenzó la auténtica Buena Nueva de Dios entre los hombres. De las viejas raíces surgió un tallo nuevo.
El término «engendró», se repite más de cuarenta veces en un párrafo de doscientas palabras. Parece que lo más importante de esa línea dinástica de David, fuese el engendrar un hijo, que quizás pudiera ser el Mesías prometido. Pero Mateo nos saca enseguida de dudas, y José, siendo tenido por ‘Hijo de David’ y padre de Jesús en el mundo suyo y en el de los ángeles que se lo anunciaron, no «engendró». Simplemente «fue el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo». ¡Nada más, ni nada menos!. Mateo da así por terminada en José la saga mesiánica de David, en sus arcadas de catorce generaciones hasta el Cristo, Jesús, el hijo de María. Para entender bien el mensaje, quizás convenga leer el versículo siguiente de los proclamados hoy: «La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18).
Estamos ante una nueva generación, ante una nueva forma de engendrar la vida del hombre, que no viene de la carne y de la sangre, sino de la promesa cumplida por el Espíritu Santo. Y María, Virgen antes y después del parto, fue la primera y única que la experimentó. Es el gran anuncio de la Vida Eterna y de la grandeza de María, entroncada, lo mismo que José, con la ‘genealogía de la fe’, por Abraham, como ella misma cantó en su Magníficat, (Lc.1,54), todas las siguientes «generaciones» la llamaremos bienaventurada por las cosas grandes que Dios hizo, y sigue haciendo, por ella: nos dio a conocer «su Nombre Santo y su misericordia, que llegan a sus fieles de generación en generación».
María fue la primera, y única persona, fuera de Jesucristo, que nació sin la secuela del pecado original de Adán. Porque Adán y Eva, aunque al principio de su existencia no lo tuvieron, tampoco se puede decir que «nacieron». Por eso la Natividad de María, fue sin duda un acontecimiento universal. Seguro que algún mago de aquel oriente estudioso del cielo, vio su estrella, y supo que estaba pasando algo único en la historia humana
Nosotros lo celebramos como acontecimiento maravilloso, aunque situado «in illo témpore», como algo que pasó. Pero la Verdad nos dice que todas las cosas de Jesús, por ser Verbo de Dios, tienen el presente eterno de su persona divina. Y María, la humilde esposa de José, de la que nació Jesús llamado Cristo, no solo fue redimida antes de su nacimiento en virtud de los méritos de su hijo, sino que como habitante ya en cuerpo y alma del cielo, fuera del tiempo y del espacio, puede hacer efectivos esos méritos en cualquier lugar y tiempo de nuestra historia cósmica. ¿Quién no se alegrará de que haya nacido esta Estrella? ¿Quien no se asombrará de ver por fin abierta esta Puerta del Cielo?¿Quién no le pedirá que alumbre su camino?
Lo que Joaquín y Ana, padres de María, vivieron en la intimidad, hoy se nos regala celebrarlo en plenitud de claridad, iluminando cielos nuevos y tierra nueva de gracia que ella inauguró desde su nacimiento. Porque no es solo que naciera inmaculada, vacía de pecado y toda culpa, sino que entró en este mundo llena a rebosar, «superando ampliamente en don de gracia eximia a todas las demás criaturas» (Lumen Gentium 53). De ese acontecimiento, en cómputos nuestros de la tierra y el sol, puede que hayan transcurrido unos 2.030 años.
¡Feliz cumpleaños Reina de los cielos, Virgen de la humildad de Nazaret, Madre de la esperanza del pueblo de Dios, ya cumplida!
Manuel Requena