Comienzo esta colaboración con Buena Nueva, exponiendo lo que será, al menos durante un tiempo, su sentido.
La tesis central, es la de mi nuevo trabajo titulado UN ROTO EN LA NUBE, y puede resumirse en esto: La experiencia de Dios es posible para el hombre, porque Él lo ha querido así. Es posible tenerla y también es posible compartirla, contarla y escucharla, porque en el regalo de esa gracia suya, viene, y tiene fundamento, la comunión, que es la esencia de su gente, cuando se hace pueblo suyo. Tan grande y personal es su regalo, que en la experiencia y en la comunicación, está la estatura personal de cada hombre, medida con el metro de Dios. Cada comunidad, cada iglesia, cada miembro vivo, no tiene otra medida sino la comunión de sus individuos con el Dios Trino que vive en ellos y entre ellos. La estatura espiritual de cada uno, está precisamente en la experiencia y en la comunión, o comunicación. Nunca en este campo es más el que escribe que el que lee, el que habla que el que oye, porque el que se lleva la palma es el que escucha y guarda la Noticia proclamada.
Quiero compartir algunas páginas del trabajo que estoy realizando sobre la experiencia de Dios, como realidad detectable y mensurable en el arco de nuestras experiencias humanas, según se proclama en la Escritura y nos cuenta la Iglesia en sus Santos.
El estado de conciencia que crea la fe, no solo ilumina en algún punto la inteligencia y en gran manera el sentimiento íntimo, sino que como el fermento en la masa, produce un efecto hacia todo el hombre. Su criterio sobre sí mismo, sobre su unidad esencial de cuerpo y alma, y sobre el mundo que le rodea y que es sensible a su conducta, se ven afectados, (a-fe-ctados. in-fe-ctados). Y esa relación ya ‘afectada’, y ‘afectivada’ o amorosa, es el sentido del título de este blog de colaboración y de mi nuevo libro UN ROTO EN LA NUBE.
Cualquiera de las preciosas páginas de esta revista Buena Nueva, son una prueba de lo que digo, porque traen una visión de fe en el Evangelio, proclamada por otro, que ilumina, alimenta, y a veces modifica nuestros propios criterios de fe por la nueva profundidad o dimensión que se nos transmite. Cada vez que compartimos una experiencia de fe, leyendo o escribiendo, podemos hacer un roto en la nube del egocentrismo, por el que se manifieste que por encima de esa, y de todas las nubes, siempre está el Sol que nos justifica a todos y nos hace hermanos.
El sentido de los signos sacramentales es, precisamente, la experiencia común, compartida, de la entrada al Misterio. Aún siendo una obviedad, no siempre nos damos cuenta, al menos yo, de que el hecho y realidad de la fe, no se trata de algo ‘solo para mí’, –aunque lo sea–, sino de la misma fuente donde están bebiendo otros que son como yo, buscadores de luz para sus tinieblas y de agua para su sed. Y ese será el reto de esta página mía, compartir lo encontrado, aunque sea a través de un roto. Menos es nada.
Los encuentros de amor más significativos o subyugantes del Antiguo Testamento, se producen en la fuente común del pueblo, donde se abrevaban los rebaños, o se recogía agua para el uso familiar. Incluso la Eucaristía en su preparación espacial, como el último eslabón de la Pascua Judía, y el gran Misterio del amor nuevo, quiso el Maestro vincularlo a una fuente del pueblo, y a un pequeño cántaro que llevaba un muchacho anónimo, que pasaba por allí. Era conocido solo por Él, porque si no, hubiese bastado darle su nombre. ¡Y el mandato del Señor a los Apóstoles, para encontrar el ‘lugar’ donde crear y festejar la Nueva Pascua, fue seguirlo!
Siendo esta sección personal de Buena Nueva, como el pequeño cántaro en la que cada uno es responsable de lo que contiene, comenzaré plasmando alguna página de mi libro, para constatar no solo que es legible por alguien, sino que en su enunciado no haya algo que choque con la fe de la iglesia, o la sensibilidad de los lectores de esta publicación, que son la misma cosa.
Con esa intención, y agradeciendo por anticipado tu lectura, por haber llegado siquiera hasta aquí, esta es mi primera entrega. El ritmo, me han pedido que sea una página cada diez o quince días. En este espacio.
También agradezco a otros ‘blogueros’ y comentaristas de Buena Nueva, el enseñarme que hay páginas personales, que sin necesidad de ser grandes tesis doctrinales, están cercanas a nuestro sentimiento y pensamiento de cada día.
La próxima entrega será sin introducción y directa al grano. Hoy, por exigencias de espacio, solo doy un anticipo.
UN ROTO EN LA NUBE.
El sentido literal del término «roto» que elegí para el título, podría propiciar un estado de conciencia inicial negativo para la lectura, porque de hecho, nuestro español, como recoge la RAE, le da contenidos poco edificantes al adjetivo «roto», especialmente cuando se aplica a personas, pero en términos de fe, si se quiere entrar en la estancia secreta, hay que romper los sellos. El encuentro profundo con el amor eterno, supone una ruptura, y así lo gritaba nuestro místico: «¡Rompe la tela de este dulce encuentro!»
Al comienzo de la historia del pueblo de Dios por el desierto, el ‘roto’ se produjo en la nube, su guía y compañera, que rompió su modo natural de ir volando, para acercarse y caminar por la tierra delante del pueblo, y hacerse signo de presencia de la voluntad salvífica. Y también en la roca. Fue tras la sed, la querella y el grito, cuando Moisés golpeó la piedra y brotó el agua que iba a saciar la sed incontenible de aquel pueblo. La imagen de la auténtica fuente de agua viva que es Cristo Jesús, Verbo y grito de vida, está cantada. Una lanza rompió su pecho, y brotó agua y sangre. Se rasgó el velo del templo, y el Dios de Israel se hizo Dios de todos los hombres en Espíritu y Verdad. Lo que se proclama es una experiencia.
En lo natural, un roto supone que algo nuevo ha perdido su compostura o armonía original. Algo de su estructura, de su forma de ser, ha cambiado por el desgaste, o por la intervención externa de algún agente rompedor. En la historia de salvación, el hombre no solo es un roto en la creación del universo, sino un rompedor de ese cosmos que llamamos ‘naturaleza’. Como una ventana es un roto en la pared para que entre luz, aire nuevo, así el hombre de fe es un espacio abierto a la luz y al aire limpio de Dios, su Creador, para el resto del cosmos.
A veces no es un roto, sino un descosido en la nube que entreteje el diseño del mundo de la carne, para descubrir así, aquella primigenia realidad paradisíaca del Adán recién salido de las manos del sagrado orfebre, que sigue estando en nuestra íntima esencia. Pero la mayoría de las veces, para llegar al encuentro personal con el Señor de cielo y tierra, se requiere un roto, una fuerza que empuje el ansia de ser hacia la vida, como el espermatozoide busca romper el óvulo, o el feto su bolsa de agua. No tengo palabras que describan la realidad misma del encuentro, y si me atrevo a decir algo, es simplemente por el consuelo que supone no solo el intento, sino el comprobar la realidad de que alguien, viviente en esta misma onda, pueda saber que hay otros buscadores, capaces de romper aguas, y encontrar algo parecido, que hay unos hermanos de un mismo Padre. Es seguro que siempre hay alguien que ve la vida como uno mismo, y comunicarlo o recibir la comunión, crea la hermandad. La Iglesia es simplemente eso, comunión en el cuerpo y la sangre del Cristo de Dios vivo, resucitado tras vencer a la muerte, y comunicado en la Palabra que se proclama. La Cruz, la muerte, la Resurrección y el envío sensible del Espíritu, suponen un roto en la vida de carne de la humanidad, por el que se derrama y consolida la comunión con el más allá de la carne y la sangre. La Meta-noia, o conversión, es un romper la mentalidad que nos esclaviza a las leyes y costumbres, para ir hacia la nueva forma de pensar y sentir sobre Dios, que tienen sus hijos.