Teresa, como buena castellana, es realista… Ha encontrado en la obediencia a las leyes divinas tal cúmulo de alegrías, una mejora personal tan concreta, que los métodos humanos le parecen una “basura” y se compadece de quienes no son capaces de darse cuenta:
“Decís Vos: venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que yo os consolaré. ¿Qué más queremos Señor?, ¿qué pedimos?, ¿qué buscamos?, ¿por qué están los del mundo perdidos sino por buscar descanso? ¡Válgame Dios! ¡Oh, válgame Dios! ¿Qué es esto Señor? ¡Oh, qué lástima…! ¡Oh, que ceguedad que le busquemos en lo que es imposible hallarle! Habed piedad, Creador, de estas vuestras criaturas. Mirad que no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni atinamos a lo que pedimos. Dadnos Señor Luz… ¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío, que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo!… ¡Habed piedad de quien no la tienen de sí…!”
Teresa lo ha comprendido…: Dios ha creado al hombre para que sea feliz renaciendo en Él. Le ha dado, en los Evangelios, todas las enseñanzas para aprender a serlo. Infringiendo la ley divina, el hombre se hace desgraciado…
“Es lo que la criatura se empeña en olvidar: Dios quiere que queramos la Verdad, nosotros queremos la mentira; quiere que queramos lo eterno, acá nos inclinamos a lo que acaba; quiere queramos cosas grandes y subidas, acá queremos bajas y de tierra; querría quisiéramos sólo lo seguro, acá amamos lo dudoso…”
La voz humana es menos potente que la vibración de un alma arraigada en Dios por la oración. El silencio concentrado y amoroso es más fuerte que todos los clamores.
“Y Dios ordenó que a partir de ese momento…: ¡Manos a la obra!. Ponerse a actuar y a olvidarse de uno mismo…”
La oración de Teresa: “callando exteriormente, pero “allá dentro”, como Moisés, dando voces a Dios para que no desconsolase a los que había tomado por medio de la obra que quería hacer…”
Y… ¡Cuantas veces se le apareció S. José, el buen maestro carpintero, y le ordenó que contratara a los obreros aún sin ninguna blanca… que el Señor proveería!
Teresa no alaba la pobreza sin más, sino “la que se sufre pacientemente por amor de Nuestro Señor Jesucristo y más aún la que es deseada y abrazada por amor. Si pensase otra cosa no me consideraría firme en la fe”.
“Creo en Dios más que en mi experiencia, pero puedo decir, sin embargo, que siempre he visto felices a los que de corazón aman la pobreza con la ayuda de Dios; como lo son todos los que en esta vida le aman, se fían de Él y esperan en Él”
Santa Teresa no dejará de insistir en la enorme importancia de ser lúcido con uno mismo. Cuando esta alma robusta, a la que la oración y la gracia divina han aliviado del peso de lo que un psicoanalista llamaría complejo de “autocastigo”, elige como divisa: obrar, padecer, amar, tan sólo para “conocerse mejor”:
“Pruébanos, Tú Señor, que sabes las verdades, para que nos conozcamos. Porque sólo la prueba manifiesta la realidad de nuestras fuerzas o la ilusión de nuestra complacencia”. Sufrir, pues, para Teresa, es aprender a conocerse…
El acto heroico ya no es para Teresa de Jesús lo que fue para Teresa de Ahumada: Un sacrificio rápido, una manera de comprar barato el cielo; es más bien, el perfecto cumplimiento de todo lo que hacemos día a día. “Las más humildes de entre vosotras – dirá – son las más perfectas y no las más favorecidas por la contemplación”.