En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice:
-«Sígueme».
Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice:
-«Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret».
Natanael le replicó:
-«¿De Nazaret puede salir algo bueno?».
Felipe le contestó:
-«Ven y verás».
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
-«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
Natanael le contesta:
-«¿De qué me conoces?».
Jesús le responde:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
Natanael respondió:
-«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús le contestó:
-«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».
Y le añadió:
-«En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». (Jn. 1, 43-51)
“A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo único es quien nos lo ha mostrado”, proclamábamos en la 2ª lectura de la Misa del día de Navidad. Creo que la liturgia de estos días es algo así como una “presentación en sociedad” de este “Ser Supremo” absolutamente transcendente que ha decidido asumir la debilidad de la inmanencia. ¡Pero de qué manera!
Es fácil quedarse en la resaca del “sacalabotamaría”, pero la Iglesia, madre y maestra, con su sutil pedagogía coloca, justo el día después de Navidad el primer cristiano que pagó con su vida la consecuencia de tomarse en serio el misterio de la Encarnación: Palabra hecha Carne, así nos invita a ahondar en la fiesta del día 27, S. Juan Evangelista y empezar a vislumbrar que “tanto amó Dios al mundo” que no pudo quedar impasible ante el sufrimiento de tantos inocentes, día 28. Y esto es algo tan profundo que, incluso algunos, solo saben hacer bromas.
El Dios encarnado se presenta en sociedad siempre de manera sorprendente, desconcertante: Primero a su pueblo, Israel: “Este es el Cordero de Dios”, pero sometiéndose a Juan. Aceptando el rechazo desde el principio. Pero el relato de hoy está lleno de sutilezas. Hasta en las etimologías de los nombres utilizados. No sé cómo quedará la maquetación del texto en la edición de la página. Yo he querido dejar explícitamente separados los entrecomillados de los diálogos. Leer separadamente cada uno de ellos creo, sinceramente, que es el mejor de los cometarios. Nada de teorías. Es una invitación a la experiencia personal: “Sígueme”. “Ven y verás”.
Como he dicho, Jesús se presenta primero a su pueblo, ante el precursor, y Felipe, discípulo de Juan le sigue y le anuncia: -“Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado”. Pero añade algo que chirría en sus esquemas: “De Nazaret”. No sé qué fama tendría Nazaret entre los “puristas” del judaísmo, pero a bien seguro que no sería como quien nombra Oxford o Cambridge. Yo imagino que tendría que ser algo así como si alguien dijera: “Hemos encontrado a quien va a solucionar la crisis económica. Es Fulano y viene de Lepe”. Lo digo con todo el respeto del mundo para los leperos, era solo por utilizar un tópico; pero seguro que algún chiste o comentario jocoso se pondría a circular por los washapp.
Sin embargo, la respuesta por parte de Jesús, si la analizamos no deja de ser, como siempre, sorprendente: “Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. De lo que, lógicamente, se desprende que había bastantes israelitas “de mentira” en los que sí había engaño.
Vamos a descubrir al “de verdad”, para saber quiénes son los otros: En primer lugar, su nombre solo aparece en el evangelio de Juan. Era más conocido por “Bartolomé”, que significa “el hijo de Ptolomeo (para algunos exegetas pertenecería a la dinastía de los ptolemaidas, por tanto de origen griego). Además era natural de “Betsaida”, etimológicamente “el lugar de la pesca”, signo de abundancia, afinando más todavía “Beth” (Casa) “Said” (Feliz): El lugar feliz, o sea, estar debajo de la higuera es signo de sosiego, tranquilidad… lo que hoy llamaríamos un auténtico burgués.
Y, rizando el rizo; Natanael significa literalmente “don de Dios” (gratuito, no por meritos). También, en su raíz, evoca al profeta Natán, el “pepito grillo” de David.
Conclusión; probablemente no muy fundamentada, pero a mí me vale:
“Israelita de mentira” en quién sí hay engaño es aquél que se cree “tocado” por el dedo de Dios y elegido como privilegio personal.
Que aquel que desprecia a otro simplemente por tener su origen en “la Galilea de los gentiles” puede encontrarse, incluso en la raíz de su propio nombre, con un “Natán” que te recuerde: “Ese hombre eres tú”.
Que quien, como Natanael, deja atrás sus prejuicios y se abre a nuevos horizontes siempre va a tener la posibilidad de “ver cosas mayores”.
Que, según la tradición, Natanael murió mártir, despellejado, en Armenia. Literalmente se dejó la piel por anunciar el Evangelio en el único país en cuyo entorno se mantiene vivo el cristianismo. En la mayoría de los países limítrofes los cristianos siguen siendo perseguidos a día de hoy.
Que mañana celebramos que la manifestación de Dios es imparable y que llega hasta los paganos.
Y que Esteban, cuyo martirio celebramos el día después de Navidad, ya vio el cielo abierto y los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre.