En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios». (Lc. 16, 9-15)
Parece raro. Así, a primera vista, tanto en el evangelio de ayer como en el de hoy, da a entender como si Jesús aprobase una conducta inicua, da el visto bueno a la corrupción. Es algo así (y creo que no ha pasado nunca, ¿o sí?) como si, de repente, saltase la noticia de que el administrador en quién tenías depositada toda tu confianza, resulta que malversa fondos que no solo no llegan a las arcas de la empresa en cuestión, sino que además ponen en la picota la honestidad de la propia empresa, o entidad, o partido, o qué se yo; y la respuesta del agraviado es mandar un “washapp” al administrador infiel de turno diciéndole: “Ánimo, sé fuerte”. (Que repito que me cuesta creer que algo así pueda darse en la realidad).
Pero, hete aquí la manía que tengo de que el Evangelio tiene que ser “buena noticia” o no es Evangelio.
“Ganaos amigos con el dinero de la iniquidad”: ¿dónde está la “buena noticia”? Y me viene a la mente el evangelio del domingo pasado: Zaqueo, que cuando se dedicaba a hacer dinero, no tenía amigos, se reían de él. El encuentro con Jesucristo provoca en él un cambio que le lleva a gastar las ganancias conseguidas con trampas, extorsiones, usura… iniquidad, en definitiva, en reparar con creces el mal cometido. O sea, un mal negocio. Si iba a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a quien hubiera defraudado, cuatro veces más, contando que casi seguro la mayor parte de su capital era fraudulento; no hace falta ser muy ducho en matemáticas para intuir que se había arruinado.
Como un mal negocio es también: “cuando des un banquete… invita a los que no puedan pagarte… a los pobres, a los lisiados…” Y, curiosamente Jesús los plantea como “inversión a largo plazo”: Te pagarán cuando resuciten los justos… Para que os reciban en las moradas eternas…
Escribo este comentario a menos de 7 horas de coger el avión que nos llevará a Roma para celebrar con el Santo Padre el “Jubileo de los Reclusos” que tendrá lugar mañana con motivo del “Año Santo de la Misericordia”. De mi diócesis de Getafe, de la que soy delegado de Pastoral Penitenciaria, vamos un grupo de 30 personas integrado por capellanes, voluntarios, familiares de presos, gente que ha pasado por la prisión y también, ¡trabajo nos ha costado conseguirlo! unos tantos que están actualmente cumpliendo condena.
Sin duda supone un esfuerzo ingente de organización, gestiones, y cómo no, también económico. ¿Qué comentarios se han producido en algunos ámbitos? (No todos) Pues, que con todo ese dinero se podrían haber hecho otras muchas obras de Misericordia. (Las economías de Judas). Para el “hijo mayor” el hecho de que el padre haya matado el ternero cebado y haya tirado la casa por la ventana para organizar un banquete, supone un despilfarro, además inmerecido.
El dinero no es el “verdadero bien”; más bien la mayoría de las veces es injusto, es el “Mammon” de iniquidad. Los ídolillos de cerámica, metal, madera… no tienen importancia. Los auténticos ídolos son más sutiles: La codicia, el afán de poder, la opresión, el bienestar, el confort, el prestigio, las ideologías…
El “verdadero bien”, los talentos que se nos han dado para administrar, lo que vale de veras, es el hombre, imagen de Dios. No se puede servir a dos señores. Y Jesucristo ha querido identificarse, además, con los más pobres.
Es más fácil juzgar: ¡Qué dispendio de dinero! que lo que puede ser más realidad: ¡Qué derroche de amor! Cuando el dinero “sirve” para “servir” es todo un signo de caridad.
Y el dinero debe utilizar para hacer y hacernos amigos. Ello solo es posible cuando se supera la ruin avaricia y se da una real voluntad de compartir. Como dice un himno de vísperas: “Haz de esta piedra de mis manos una herramienta constructiva. Cura su fiebre posesiva y ábrela al bien de mis hermanos”.
Para ser un buen administrador, el cristiano debe hacer una “mala inversión”.
Por cierto, creo que voy a volver a ver “La Lista de Schindler”.