«En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus parientes se marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: “¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene. Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: “A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado”. Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora». (Jn 7,1-2. 10. 25-30)
Tras el Éxodo, tras los años de desierto en los cuales los israelitas se protegían del sol mediante precarias cabañas, construidas unas veces con pieles de animales, otras con ramaje del entorno; cuando por fin alcanzan la Tierra Prometida quiso Dios que Israel no olvidase la experiencia del desierto y les mandó celebrar el Sukkot, la fiesta de las Tiendas. Todas las familias abandonan sus hogares y durante unos días viven en medio del campo bajo unas cabañas construidas con ramas de árboles y hojas de palma, semejantes a las que se habían usado en el desierto. Simbolizando la presencia de Dios en medio de su pueblo, su protección, su ayuda, porque nada eran sin Él y nada siguen siendo.
Desde entonces los profetas anunciaron que Dios volvería a visitar a su pueblo y de nuevo les libraría de sus enemigos, como en Egipto del Faraón: “Entonces habrá un nuevo éxodo hacia el Reino de los Cielos y el pueblo será conducido por el Mesías de Dios que también construirá una gran cabaña donde vivirá eternamente lleno de paz y felicidad”.
Por eso los judíos agitaban sus palmas y las ramas de olivo que habían utilizado en la construcción de las cabañas, con la esperanza de que Jesús fuese el Mesías esperado y que se constituyese rey de Israel para librarles de sus enemigos, los romanos.
Dice el Evangelio de hoy: “Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas”, que “sus parientes se marcharon a la fiesta” y que “entonces subió él también”… Querían matarle, pero habla abiertamente. ¿Tal vez por que los jefes le reconocían como el Mesías esperado? Más él manifiesta que no viene por su cuenta, sino “enviado por el que es veraz, y a ese no le conocéis”. Les está diciendo que no conocen la Verdad, que son hijos de la mentira, que él es la Verdad porque procede de Él, por eso no podrán reconocerle como Mesías .
Nos encontramos en la recta final de la Cuaresma, tiempo del que es figura la vida del hombre en el mundo, expuesto constantemente a la tentación, a su pobreza y debilidad ante ellas. Un continuo combate entre el padre de la mentira y el Hijo del Hombre que es el Camino, la Verdad y la Vida. Que quieren seguir matándole en esta cultura de la muerte donde, por los voceros de los mass-media, se vende como progreso en las libertades el asesinato de indefensos inocentes aun no nacidos y el de ancianos a los que, bajo un aura de dignidad, se les quita la vida, cuando en realidad no somos dueños de darla y menos aún de quitarla.
No nos engañemos hermanos, que todos bebemos de esta cultura y que solo la fe en Cristo nos salva de caer en su madeja.
El Señor nos invita a hacer Pascua con Él porque es eterna su misericordia. Porque este pobre estaba muerto por sus pecados y ahora vive; ¡Tú que vives, toma tu palma este Domingo de Ramos! Que se mantenga siempre verde a los ojos de Dios al estar unida al árbol de la Vida, Cristo. Agítala junto a las ramas de olivo, ve tras la Cruz que nos precede en la procesión, entra en el templo, recita solemnemente el Símbolo mientras las palmas del Sukkot señalan la victoria sobre la muerte y la confianza en el crucificado por ti y por mí, porque Dios Padre, en su infinito Amor, le resucitará victorioso.
Juan Manuel Balmes