«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas”». (Mt 7,7-12)
Pedid, buscad, llamad, dice Jesús. Pensándolo bien, el pedir, llamar y buscar son las tres actividades que más ejercitamos los hombres a lo largo de nuestra vida, y solemos hacer esto no solo con respecto a los otros, sino también respecto a Dios.
Sin embargo, en el paralelo de Lucas, Jesús afirma que si nosotros que somos malos —llevamos dentro el pecado original— damos cosas buenas a nuestros hijos, incluso sacrificando aquello en lo que habíamos puesto los ojos… “¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo al que se lo pida!” (Lc 11,13).
He ahí el eje, el núcleo central de toda relación del hombre con Dios. Saber pedir, llamar y buscar con la sabiduría dada por el Espíritu Santo. Dice Santiago: “Si alguno de vosotros está falto de Sabiduría, que se la pida a Dios, que la da a todos generosamente… (St 1,5). Ya en el Antiguo Testamento se nos anuncia y describe quién y cómo es el verdadero buscador de Dios, y cómo hay que llamarle y pedirle: “Ten confianza en Dios y obra el bien, vive en la tierra y crece en paz, ten tus delicias en Él y te dará lo que pide tu corazón” (Sl 37, 3-4).
Existe una relación con Dios como siervos y otra como amigos (Jn 15,15). El siervo desconfía, no tiene su descanso y gozo en Dios, como, por ejemplo, el hijo mayor de la parábola, que quería una fiesta con “sus amigos” y excluye a su padre (Dios) (Lc 15,29). El amigo (de Dios) se deleita en Él, y lo puede hacer porque, como dice el salmista (Sal 143 y 174), conoce lo que es deleitarse con su Palabra…
Antonio Pavía