En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David».
Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?»
Contestaron: «Sí, Señor»
Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe».
Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado con que lo sepa alguien!»
Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca (San Mateo 9, 27-31).
COMENTARIO
Después de haber resucitado a la hija del jefe de la sinagoga de Cafarnaúm y mientras Jesús se está dirigiendo hacia la casa de Pedro, donde se aloja, dos ciegos van siguiéndole y gritando: “¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!” Estos ciegos reconocen en Jesús al Mesías que, entre otras cosas, iba a dar la vista a los ciegos y llenos de confianza le siguen hasta la casa. Allí Jesús les interpela: “¿Creéis que puedo hacer lo que me pedís?”. Jesús tiene el poder de devolver la vista, pero depende de la fe del que está necesitado. Es la pregunta que dirige a todos nosotros, la misma con la que reprendió a Marta que dudaba de la resurrección de su hermano muerto: “Yo soy la resurrección y la vida el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Es la pregunta que nos dirige a todos nosotros hoy ¿Crees en que Cristo tiene poder para darte la vista y para resucitarte de entre los muertos? Porque ciegos estamos cuando no vemos en nuestra historia el amor que Dios nos tiene, y muertos cuando los sufrimientos y las contrariedades de la vida nos quitan la paz y sumergen en la tristeza, la murmuración y el juicio contra la bondad de Dios. Pero, Cristo, que ha entrado libremente en la muerte y la ha destruido para siempre; Cristo que, frente a la cruz se fía de su Padre; es la luz de los ojos y la vida del mundo. Él tiene poder para iluminar nuestra historia, historia hecha del amor de Dios para con nosotros; y Cristo tiene poder sobre nuestras muertes, de modo que quien cree en él tienen vida eterna. Pero ¿crees esto? Los dos ciegos responden al unísono: “¡Si, Señor!”, ahora le confiesan no sólo como Mesías, sino como Dios. Y por su fe, Jesús les devuelve la vista. Ahora pueden ver el amor de Dios en su historia, que la ceguera no era una condenación ni una desgracia, sino la ocasión de poder reconocer a Cristo y de alcanzar la salvación y, que todo es gracia, como lo era su enfermedad. Y, a pesar de la advertencia de Jesús de no divulgar la noticia, no pueden callar. Han conocido el amor de Dios y deben proclamarlo por todas partes. Es la condición del que ha visto la acción de Dios en su vida, agradecidos anuncian el poder de Dios que, si ha obrado en ellos, lo hará también en cuantos se apoyan en él.
Esto es un cristiano, el que vive de la gratitud y de la alabanza hacia aquel que ha actuado en su vida y lo cuenta a cuantos se encuentran con él. Pero para ello se necesita haber visto a Dios y sólo puede ser curado el que sabiéndose ciego clama al Señor. Si falta la alabanza, ¿no será porque pocos se saben ciegos y pocos se abandonan al poder y al amor de Dios?