En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo» (San Mateo 6, 13-19).
COMENTARIO
En esta sencilla escena Evangélica, el arranque impulsivo de Pedro ante la pregunta de Jesús “Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”, nos resume magistralmente todo el sentido de la Iglesia, la de entonces y la de ahora, porque en esos principios, nada en absoluto ha cambiado.
Cristo tenía que quedarse en el tiempo, ese era el mandato de Dios, lo hace en la Eucaristía, misteriosamente y de una forma especial, en el resto de los sacramentos y también en su Evangelio, su Palabra, sin deformidades ni amaños, tal y como Jesús fue. Tenía que quedar un ambiente físico, una institución humana, que superarse el curso del tiempo y se perpetuase siempre, en donde Cristo siga presente porque no vino sólo el Hijo del hombre a manifestarse a unos pocos, es a todos los hombres de todos los tiempos. Ese depósito de la fe y ese altavoz, debe ser auténtico, fiel a la voz original y eficaz.
Cuando Pedro responde de ese modo a la pregunta de Jesús, ya tiene lo que busca. La persona que con valentía, entusiasmo y fidelidad le puede representar y guardar, su legado y a El mismo. Valentía para dar un paso adelante y responder inmediatamente por todos los que escucharon esa pregunta y se quedaron callados o no sabían responderla ¿Quién es Jesús? ¿Un hombre bueno? ¿Un pensador magistral? ¿Un hombre asombroso?. Nada de eso: “Tu eres el Mesias, el Hijo de Dios vivo”. Pedro, en su rudeza de pescador, ha captado lo único esencial: Jesús es Dios hecho carne.
Un asunto así no puede quedar en manos de una persona de carácter débil porque defender esto entonces, y hoy supondrá fortaleza y coraje.
En Pedro Cristo funda su Iglesia porque demuestra que conoce la verdad de lo que El es y tiene el coraje de defenderla. Luego, Jesús le aclara, para que no se crea que esto viene de si mismo, que es el Padre del cielo el que se lo ha revelado. Es un servidor de la Verdad no el propitario ni el creador de ella.
Eso es la Iglesia, una sucesión ininterrumpida de “Pedros”, hombres fieles que a lo largo de los siglos han mantenido la Verdad de Cristo: el hijo de Dios vivo. Y esa verdad hay que proponerla al mundo, como hizo el mismo Jesús y defenderla, cuado sea cuestionada por los que quieran modificarla o descafeinarla para hacerla mas digerible, pero de esta forma, menos auténtica.
La Iglesia no es una Institución que guarda los mensajes de un hombre históricamente brillante. El Cristianismo que la Iglesia ha construido en el mundo durante 21 siglos, no es una simple historia de personas buenas, como los santos, los mártires y demás conquistas, escritos y evangelizaciones, como una corriente ideológica que ha marcado una era y que merece admiración histórica, a pesar de sus errores humanos. No es eso. La Iglesia es simplemente Cristo presente en el tiempo, en forma sacramental y en su Palabra. Es como si permanentemente escuchásemos a Pedro decir una y otra vez. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Para sostener esto siglo tras siglo, hay que tener el coraje de Pedro. Y eso es lo que ha ocurrido en todos estos siglos, papa tras papa: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
En cada catequesis, encíclica, Misa, bautizo, confirmación, persecución, martirio…. , siempre está esa aplastante Verdad que Cristo quiso dejar entre nosotros: “Yo no soy un hombre más, un hombre bueno, soy el Hijo de Dios vivo, que he dado mi vida por tí y necesito hombres valientes y fieles a esta verdad, solo eso.” Coraje para mantener la fidelidad a la Verdad, Eso es y debe ser la Iglesia.
Por eso la Iglesia es y será perseguida siempre, porque no tiene como objetivo cambiar mensajes al gusto de los hombres de cada época. La Iglesia es el escaparate de Dios, tal y como El es, el espacio físico en el mundo que ha querido hacerse. Les corresponde a sus máximos responsables jerárquicos mantener este mensaje vivo pero a nosotros también, porque en cada rincón del mundo en el que un hombre reconozca y defienda a Cristo como el Hijo de Dios vivo, está haciendo Iglesia.