Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesus le respondió: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”.
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías (San Mateo 16,13-19).
COMENTARIO
Hoy nos toca comentar esta nueva y buena noticia y ¿qué diremos? Se me ocurre que la región de Cesarea de Filipo nos remite a las fuentes del rio Jordán pero junto a estas fuentes también están las fuentes de nuestros orígenes, confesiones y creencias: Cristo como Señor, la Iglesia como madre, la cruz que nos regala nueva vida y el Reino de los cielos que es origen y término.
Dios es amor, tres personas y un solo Dios verdadero. Dios se ha manifestado a lo largo de la historia de múltiples maneras pero al llegar la plenitud de los tiempos lo ha realizado a través del Hijo.
Bienaventurado tú Simón, Antonio, Luis, Alberto, Juan, porque esto te lo ha revelado mi Padre que está en los cielos. Dios Padre nos permite conocer a Jesús y Jesús nos permite conocer su persona, descubrir la cruz, la Iglesia y el Reino de los cielos. “De la abundancia del corazón habla la boca” Lc 6,45. Pedro tomando la palabra dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
Cristo, el verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros haciendo el bien, nosotros lo subimos a la cruz, apareció en el mundo el perdón y de su costado nació la Iglesia y el Reino de los cielos.
La Iglesia no como lugar sino como la realidad de formar y ser un solo cuerpo donde se hace presente el amor y la unidad; no hay mejor noticia que esta: “que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado” Jn 17,21. ¿Es esto una quimera, una utopía, un sueño, una entelequia? Se me ocurre pensar y creer que es una buena propuesta para corregir y anunciar que hay otra manera de ser y de estar en el mundo distinta a las formas a las que estamos habituados: violencias, atropellos, hambre, injusticias, abusos de poder, etc…
El Reino de los cielos está en medio de nosotros y no lo disfrutamos. Ir a las fuentes nos permite beber aguas limpias y proponer desde este tiempo de cuaresma reconocer “al Mesías, el Hijo de Dios vivo”.