En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer (San Marcos 3, 7-12).
COMENTARIO
Cuando en el Credo recitamos “Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica, quizás no somos conscientes de una maravilla. Que esta Iglesia es universal, que es para todos. Ricos y pobres. Sanos y enfermos. Orientales y occidentales….Jesucristo vino a la tierra a redimir a todos. Este pasaje del Evangelio nos enseña que el anuncio del Evangelio, con obras y con palabras, ha traspasado las estrechas fronteras de Galilea, y congrega junto al Mesías, junto a Dios hecho hombre, a multitudes de toda la Palestina; es un preludio de la universalidad de la buena nueva. Además hay una enseñanza muy entrañable, la cercanía que provoca el Señor, que hasta Él mismo piensa que lo van a estrujar. Y es que Jesucristo, en nuestro Camino, es la Verdad, es la Vida. Aprovechemos este pasaje del Evangelio para contemplar la Humanidad Santísima del Señor, medio no sólo conveniente sino insustituible para unirnos a Dios. Demos un paso más ¿Cómo meternos de lleno por esos vericuetos de la vida interior? Pues dejándonos aconsejar y acompañar por su Madre. Hace ya mucho tiempo San Josemaría escribió en Camino en el núm. 495: “A Jesús siempre se va y se vuelve por María”. Él tenía esa experiencia, de la que participamos o podemos participar: encontrarnos a los brazos de una Madre, tan cercana como lo es el Cielo, y que nos enseña que en todo tipo de circunstancias –por ello está el “se vuelve”- a nos lleva vivir, a imitar y a acercar mucha gente, a todos los que podamos a su Hijo. Gritemos con el corazón “Tú eres el Hijo de Dios”, tal como hicieron esos primeros seguidores del Redentor del mundo.