En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca!
Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le atacaran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado.
Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: «Me arrepiento», lo perdonarás».
Los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor contestó:
– «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar» y os obedecería».Lucas 17, 1-6
Las tres máximas evangélicas que nos transmite San Lucas en el capítulo 17, versículos 1 al 6, del Evangelio de hoy 7 de noviembre, son para dejarlas entrar en nosotros y que se queden ahí, como cuando mi madre me decía “Dios tomará cuenta de toda palabra vana”, y yo no lo entendía muy bien, pero se me quedó.
Una piedra de molino
Al escandaloso, “le iría mejor si le pusieran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.” Recordar los escándalos propios, no para que no nos entre el agua por la boca, sino para agradecer ¡cuánta misericordia se ha usado para conmigo! Sobre los ajenos, estaríamos bajo condena si nos escandalizamos, dice Cristo.
El fin de la venganza
Si tu hermano… peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, le perdonarás. No una, sino siete veces. Lámec, quiso ser protegido por una ley exagerada de la venganza, “Caín será vengado siete veces, mas Lámec lo será setenta y siete.” (Gn 4, 24), la lectura de Mateo dice: “hasta setenta veces siete.”
La lectura “setenta y siete veces”, recogida en la nota de la BdJ a este versículo 22 del capítulo 18 de Mateo, se acerca literalmente a Gn 4, 24. De cualquier modo, lo que los evangelistas nos han transmitido es que el Maestro, en su Misterio Pascual, en la cruz, ha vencido la muerte resucitando. Jesucristo, con el perdón ha cambiado la historia, pasando de una ley de la venganza exagerada a la de una misericordia más exagerada aún. ¿Perdonar? siempre.
Si tuvierais fe como un grano de mostaza…habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido.
Es una genialidad de la profecía, un desapego afectivo total, la puesta entre paréntesis de la fe de alguien. ¿Tú tienes fe? ¿Amas a tus enemigos? ¿A un esposo infiel, a un jefe injusto, a un adversario político? ¿Por qué dices entonces perdono, pero no olvido? ¿Por qué vives indignado? ¿Por qué confiesas los pecados de tu mujer, y no los tuyos propios?
Basta con recoger los testimonios de nuestros hermanos coptos, cristianos perseguidos en ambiente musulmán, o el de los recién beatificados monjes benedictinos de san Bernardo, para entender lo que digo. En vez de convertirse al Islam, confesaron: Amo a Jesús. Nuestros mártires de la persecución religiosa del ‘36, decían ¡Viva Cristo Rey!, perdonando a quienes les quitaban la vida, si no no estarían hoy en los altares.
Pues, entonces, yo no tengo esta fe, deberíamos decir sinceramente. No es para asustarse, sino para pedírsela a la Iglesia que sí la tiene, e iniciar un Camino de renovación bautismal que nos conduzca a la fe adulta. El Camino Neocatecumenal ha sido reconocido por San Juan Pablo II como “un itinerario de formación católica, válida para la sociedad y para los tiempos de hoy.” Carta Apostólica Ogni Qualvolta, 30 agosto 1990.