«Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: “Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?”. Él les respondió: “¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Y añadió: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado”». (Mc 2, 23-28)
En tiempos de Jesús, los fariseos habían establecido prescripciones detalladas para el cumplimiento de la Ley. Estas prescripciones, desprendidas de su espíritu, se convirtieron en una pesada carga. El Señor había rebatido sus afirmaciones en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua. Como al leer y meditar el Santo Evangelio, procuramos hablar con Jesús, escucharle, y tratarle, metámonos en la escena que hoy comentamos. Este pasaje ocurre no lejos de Cafarnaúm, y puesto que se acerca ya el tiempo de la siega, podría ser en la primavera; parece lógico que algunos de los discípulos tuvieran un poco de hambre y arrancaran de aquí y de allá algunas espigas y, probablemente, al frotarlas sacarían un poquito de alimento.
Los fariseos testigos, que se sienten heridos no por esta situación sino por otras anteriores, ven una ocasión propicia para reprochar este detalle —realmente tan poco importante y más bien significativo de la humanidad y normalidad de los que están con el Señor. Ello desean interpretar torcidamente el hecho en sí, apoyándose torcidamente en preceptos reales. Presentan maliciosamente lo que indica la letra de la ley, pero ni advierten ni reflejan el espíritu de la misma.
Y Jesús no responde con dureza, con amargura, con rechazo, sino que aprovecha los textos de la Sagrada Escritura para abrirles un campo de comprensión; además sin buenismos, pues lo hace con doctrina, con prudencia, con ejemplos. Se presenta como “señor del sábado”; si tenemos en cuenta que el precepto del sábado es de institución divina, Jesús se está presentando implícitamente como Dios. No muestra, por ello y claramente, su superioridad, que abre una brecha para marcar la superioridad de cada uno, la de todos. Su actuación y su explicación pone en el lugar preciso lo que es la persona y el puesto que ocupa en la creación. Es muy revelador observar que, con un ejemplo y con una frase proverbial —versículo 28— el Señor explica que tales preceptos deben ceder ante la ley natural: el precepto del sábado no puede estar por encima de las necesidades de subsistencia.
Me hace ilusión señalar que el Concilio Vaticano II se inspira en este pasaje para subrayar el valor de la persona. Así se recoge en Gaudium et Spes, 26: “La ordenación de las cosas deben someterse al orden personal y no al contrario“. Por ello, una enseñanza de este Evangelio es tratar a las personas como lo hace nuestro Señor. Buen desafío.
Gloria María Tomás y Garrido