En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos» (San Mateo 7, 6.12-14).
COMENTARIO
¡No! No termino de entender y no porque no esté claro. Así, de soslayo, la primera conclusión que se podría extraer del texto del Evangelio de hoy es que hay personas ante las cuales no vale la pena manifestar ciertas cosas: La Palabra de Dios, la experiencia de fe, la propuesta de los valores del Reino… No las comprenderían y, es más, hasta se volverían contra quien las propone. Y esto no es nuevo. Podríamos preguntar a Moisés, con lo a gustito que estaba con su ovejitas, con todo lo que hizo por su pueblo y la respuesta que tiene es la murmuración, la exigencia y el rechazo, ¡vamos, que querían cargárselo! Y podríamos seguir con Elías; a este le fue de cine: “Solo ante el peligro”. O también con Isaías, Jeremías… y faltaría espacio para citar a todos. Que uno mira al “pueblo elegido” y la primera idea que viene a la mente es parafrasear al Conde de Romanones: “¡Joder, qué tropa!”. Conclusión: Que no se hizo la miel para la boca del asno y que el Evangelio no es para todos sino para unos pocos “iniciados”, “iluminados”. Vamos, que acabo de reinventar el gnosticismo y me he quedado tan a gusto. Solo un “pequeño problema”: que esto no es una buena noticia y si no es “buena noticia” tampoco es “Evangelio”.
Comenzaba el comentario afirmando: “No termino de entender” y lo que en realidad no entiendo es el porqué los liturgistas han, literalmente, castrado el pasaje del texto de hoy. Se han desayunado, así como el que no quiere la cosa los versículos 7 al 11, y no creo que sea por abreviar porque hay días que es mucho más largo.
Me imagino que los protagonistas de las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa, tras la alegría de su descubrimiento, pondrían su valioso hallazgo a buen recaudo, oculto en un escondite o una cámara acorazada. Los zulos suelen ser discretos; de puertas más bien pequeñas, de difícil acceso y pertrechados con un código arcano. Pues bien, la clave secreta para abrir la puerta estrecha, en mi humilde opinión, son precisamente los versículos “recortados”, por lo que invito a leerlos.
“Todo lo que deseáis que hagan con vosotros, hacedlo con los demás”. ¿Y qué deseo yo que hagan conmigo? Pues que si pido un pan no me den una piedra y si pido un pescado no me den una serpiente.
Es cierto que, en ocasiones, me he podido quejar con mayor o menor razón de haber ofrecido pan y recibir una pedrada a cambio. Lo que tengo en los dedos no es soriasis, son las cicatrices de las dentelladas de la ingratitud a la mano que te da de comer. Tengo esta experiencia y duele y aparece la tentación de no dar lo santo a los perros.
Pero mucho más cierta que esta es la experiencia de cómo se ha portado Dios conmigo. ¡Cuántas veces me he comportado como un auténtico cerdo con los talentos que Dios me ha regalado sin merecerlo! Y la respuesta de Dios, lejos del reproche ha sido mostrarme su rostro de Padre Misericordioso que regala su mejor tesoro a quien sabe que, probablemente, vaya a volver a dilapidarlo: Me ha entregado a su propio Hijo.
No estaría mal repasar los “improperios” de la liturgia de Viernes Santo: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho?…” Yo te saqué de Egipto… te guié por el desierto… te abrí el mar… te alimenté con el maná… saqué agua de la roca… te introduje en una tierra excelente… Y tú hiciste una cruz para tu Salvador.
Y en el colmo del Amor, ha hecho de esa Cruz, escándalo para los cerdos y necedad para los perros, la llave que abre la “puerta estrecha”.