En aquel tiempo, enviaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para cazarlo con una pregunta.
Se acercaron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?»
Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: «¿Por qué intentáis cogerme? Traedme un denario, que lo vea.»
Se lo trajeron.
Y él les preguntó: «¿De quién es esta cara y esta inscripción?»
Le contestaron: «Del César.»
Les replicó: «Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios.»
Se quedaron admirados (San Marcos, 12-13-17).
COMENTARIO
El Evangelio del día de hoy, me permite detenerme en algo que parece secundario en este texto, pero que recoge una catequesis muy importante y que Jesús, a través de su Palabra, nos quiere trasladar.
Cuando los fariseos se dirigen a Jesús para crear en Él la confusión y lograr una respuesta que les permita justificar su prendimiento, le lanzan la siguiente frase que antecede a su pregunta: “no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios”.
Si nos detenemos y nos dejamos inspirar por el Espíritu nos encontramos sorprendidos ante la gran Verdad que, sin desearlo, aquellos hombres contaminados por el poder y ciegos ante la Palabra de Dios, fueron capaces de articular con su boca, dejando así escrita una de las grandes “verdades” que Jesucristo nos dejó en su Palabra.
La primera parte de su frase “no te fijas en lo que la gente sea” está recogida en el texto de Samuel (1 Samuel 16:7) : “Pero el Señor le dijo a Samuel: No juzgues por su apariencia o por su estatura, porque yo lo he rechazado. El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves. La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón.
Aquellos fariseos cuya intención era “engañar” a Jesús y demostrar su culpabilidad, casi sin ser conscientes le reconocieron como el verdadero Dios al asignarle una intención en su juicio que figuraba entre una de las grandes verdades de la Biblia, en el libro de Samuel. Textos que ellos leían y casi se sabían de memoria desde niños.
Y a aquella gran verdad, le añadieron una declaración: “sino que enseñas el camino de Dios”, alineando la falta de juicio por apariencias, como hacía Jesús, al camino de Dios.
Aquellos hombres, en suma, cuya intención era perversa, pronunciaron con su boca una declaración solemne y una acusación contra sus propias vidas: que Jesús era Dios y que ellos vivían en la mentira al clasificar a los hombres en función de lo que aparentaban.
Es admirable, como Jesús transformaba el mal en bien y cómo aquellos hombres al acercarse a Él vieron transformada la intención perversa que les guiaba.
Acerquémonos a Jesús para experimentar esa capacidad divina de transformar nuestra iniquidad en Gracia y así, veremos caer los velos que tanta veces desplegamos para defender nuestra mentira y nos rendiremos ante su misericordia.