Querido hermano:
Ahora ya sé en qué consiste una tortura psicológica. La estoy sufriendo desde que es evidente que voy a tener mi sexto hijo. No pienses que estoy angustiada o abrumada. Al contrario, puedo decirte que estoy muy contenta y que, gracias a Dios, ni Juan ni yo hemos perdido en ningún momento el buen humor. Pero la experiencia que estoy viviendo es digna de contarse, sobre todo para que veas el clima de libertad en el que vivimos en esta sociedad nuestra, que presume de progresista, abierta, pluralista y respetuosa con las ideas de los demás.
Cuando me encuentro con ciertas amigas por la calle, ya sé exactamente qué me van a decir: «¡¿Cómo?! ¡¿Otro?! ¡No puede ser!». No falla. Ponen cara de susto, se llevan las manos a la cabeza, me miran como si fuera un bicho raro o una descabezada a la que hay que regañar. ¡Se escandalizan! «Tú estás loca»; «No sabes lo que haces»; «Tú eres tonta». Ya ves, además de las cargas de la maternidad –que llevo con mucha alegría–, tengo que defenderme de las acusaciones de tonta, ignorante y loca.
Bueno, ya me entiendes, no pierdo el tiempo en defenderme de nada. Más bien trato de hacerles ver que estoy muy contenta de tener otro hijo. Pero no me creen (¿o no quieren creerme?). Sé muy bien que, para su modo de entender la vida, tener seis hijos es una barbaridad. Pero siento que no se den cuenta de que la barbaridad es su modo de entender la vida.
No conciben que sea feliz cuidando de mis hijos, dándoles una buena educación y trabajando en mi casa. Parecen incapaces de entender que la felicidad está en darse a los demás. La mayoría de esas amigas tiene un hijo o, a lo más, dos. Y con eso les basta. ¡Les dan infinitos problemas! (Tienen ellas más problemas con uno que yo con cinco y medio). No quieren oír hablar de un tercero. No quieren pensar en dedicar más tiempo a trabajar en casa. Lo consideran como la peor esclavitud. Y además, no quieren prescindir de nada. ¿Y sabes lo que te digo? Que no son felices. Ellas mismas lo reconocen cuando hablan con el corazón en la mano. Cada obligación que tienen que cumplir en su casa y con sus hijos, es una losa que tratan de quitarse cuanto antes de encima. Y no te digo nada si tienen cualquier contrariedad o una enfermedad, o lo que sea. Maldicen su mala suerte, porque desconocen el sentido del sufrimiento, y no hay nada peor que soportar el peso del dolor cuando se considera que es absurdo.
A veces me paro a pensar un poco en lo que me dicen. Las que me llaman tonta quieren decir que no he sabido elegir bien, porque en lugar de disfrutar de la vida he decido «pudrirme» en mi casa haciendo biberones y limpiando culitos. ¡Pobres! No saben en qué consiste disfrutar de la vida.
“Estás loca” quiere decir que soy una irresponsable, que no pienso en el futuro, que me voy a encontrar en la miseria el día menos pensado… Pero deberían tener en cuenta también, que a ellas no les he pedido ni medio euro, que soy yo la que conoce mi situación económica y, sobre todo, que soy libre de organizar mi vida como mejor me parezca, sin tener que dar explicaciones a nadie. Porque da la impresión de que te están pidiendo explicaciones por el delito de tener otro hijo.
No entienden que en la vida hay que afrontar algún riesgo. No les cabe en la cabeza. Y cuando les digo que, por encima de todo, está la Providencia divina, me miran con cara de burla y asombro, como si acabara de decirles que creo en los Reyes Magos. En el fondo no creen que Dios sea un Padre que se preocupa de cada uno de nosotros como si fuésemos su único hijo. Para ellas, Dios, si existe, es un ser muy lejano, que debe andar por allá arriba, pero que se desentiende de nuestros problemas.
Parecen obsesionadas por la seguridad: los mejores seguros de vida y de enfermedad, el dinero bien asegurado en el banco, el chalé con alarmas segurísimas y –¿cómo no? – los medios más seguros y eficaces para no quedar embarazadas. No se dan cuenta de que están abriendo las puertas de par en par a un gran enemigo de su felicidad: el egoísmo.
No me extraña que unas y otras tengan problemas con su pareja (ahora se llama así al otro cónyuge, por razones obvias). Yo les digo que cada vez que viven mal el matrimonio es como decirles a su marido: «Te quiero, pero no del todo. Te quiero como productor de placer, pero te odio como peligroso productor de hijos». Y eso no es amar de verdad a un marido.
Así, casi sin darse cuenta, va creciendo el odio entre ellos (así como suena, el odio), porque son cómplices en el mal. Llega un momento en que no se pueden ver, sienten asco uno del otro y tienen que buscar un nuevo «amor» para rehacer su vida. En vez de disfrutar de los amores verdaderos, acaban bebiendo en charcas que no sacian su sed de felicidad.
Algunas sólo se ponen nerviosas cuando les haces ver las posibles consecuencias patológicas de los anticonceptivos. No deja de ser triste que se preocupen únicamente de lo que en realidad es menos importante.
Lo peor es que se enfadan al verme así. Se molestan. ¿Por qué? Entiendo que no estén de acuerdo con mi manera de proceder. Pero deberían respetarla. No, no la respetan. Se incomodan, me miran como si me regañaran, como si les estuviera haciendo un daño a ellas. Una hasta llegó a no saludarme por la calle. La llamé por teléfono para preguntarle qué le pasaba, por qué no me había saludado. Y ¿sabes qué me dijo? Agárrate. Que no quería tener como amiga a una coneja. Y colgó. Estuve a punto de echarme a llorar. Pero en casos como éste tengo –como tú muy bien sabes– muchas personas que me consuelan: mis seis hijos, mi marido, el Señor y la Virgen, por citar sólo a los más importantes. Así que, de llorar, nada.
Juan me dice que, en el fondo, me tienen envidia. Y pienso que es muy probable. A algunas les gustaría hacer lo mismo que yo, tener muchos hijos, ser amas de casa y disfrutar de las alegrías de la maternidad. Pero les puede un enemigo fatal. No me refiero al egoísmo. Me refiero al qué dirán. El qué dirán es un tirano horrible, un monstruo al que le tienen pánico.
¿Recuerdas aquella frase de Rousseau que te pasé cuando estaba haciendo la tesis, sobre la gente que vive en la opinión de los demás? El pobre Jean-Jacques se equivocó en muchas cosas, pero en ésta tenía razón. No son ellas mismas, son lo que los demás desean que sean, viven en la opinión de los demás. Quieren presumir, que se hable bien de ellas, que las admiren. Y se ponen enfermas cuando se enteran de que alguien las ha criticado. Viven pendientes de qué pensarán los demás, de las apariencias, y tienen mucho cuidado en llevar puesta la máscara que encaje mejor en el ambiente en el que están. No son dueñas de sus propias vidas. Son esclavas de la opinión. ¿Cómo no se dan cuenta?
Tal vez se dan cuenta, pero no tienen la valentía de decir: “¡Se acabó! Voy a hacer lo que quiero, no lo que queráis vosotros”.
Creo que sin la fe es muy difícil comprender qué relación puede haber entre tu amor a Dios y el deseo de recibir de Él los hijos que quiera enviarte. Algunas piensan que tener hijos es necesario para “realizarse”, para dar satisfacción al instinto maternal, y si esa necesidad psicológica se sacia con uno o dos, ¿para qué más? Doy gracias a Dios por la fe.
Gracias a ella comprendo que los hijos no vienen únicamente para llenar los deseos de paternidad y maternidad, que son muy nobles. Vienen para mucho más. Son hijos de Dios y, si los educamos bien, serán muy pronto cristianos que pondrán al servicio de los demás su capacidad de amar.
Cada uno con la vocación a la que Dios le llame. Espero que alguno de ellos construya una residencia de ancianos donde se atienda muy bien a mis amigas cuando sus hijos no quieran tenerlas en casa.
Bueno, no creas que todas mis amigas son de este estilo, ¿eh? Tengo otras que me felicitan y me ofrecen sinceramente su ayuda, y yo a ellas. Además estamos muy unidas, tal vez porque tener que navegar contracorriente nos lleva a apoyarnos más unas a otras.
Creo que me he extendido demasiado. Pero a veces me entra le vena y, ya que he dejado la tesis a medias para dedicarme a esta otra tesis de la familia, debes comprender que abuse un poco de ti para expresar libremente mis pequeños pensamientos.
Tus sobrinos te envían esos dibujos maravillosos. Fíjate, sobre todo, en el de Miguel: se le ven maneras de verdadero artista. Dejo un poco de espacio para tu cuñado.
Recibe un beso de tu hermana: María
PD: Creo que debo aclarar algo. Al referirme a las madres que sólo tienen uno o dos hijos, o ninguno, no me refiero a las que no pueden tener más, sea por el motivo que sea. Me refiero a las que, por egoísmo, no quieren tener más. Son esas las expertas en ejercer la famosa “tortura psicológica”.
Querido cuñado:
¡Hay que ver cómo se despacha tu hermana! En cambio, yo, como sabes, soy hombre de pocas palabras. Y como ella lo sabe, sólo me deja espacio para poner dos líneas. Bueno, ya te puedes imaginar con qué ilusión estamos esperando el sexto. Los más ilusionados parecen los niños. Lo están esperando como si fuese el mejor regalo que pueden recibir. Ya te llamaremos cuando María dé a luz. Además, tendremos que hacer planes para que puedas bautizarlo tú, como a los otros. Recibe un fuerte abrazo. Juan