El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios» (San Marcos 14, 12ª. 22-25).
COMENTARIO
El mes de junio, que hoy comienza, lo dedica la Iglesia al Sagrado Corazón de Jesús; es decir, a lo más profundo y grande de Dios hecho hombre. Todo el mes se ve jalonado de fiestas importantes que nos ayudan a atisbar y vivir del amor de Dios.
Nos toca comentar un pasaje del Evangelio correspondiente a Marcos, el más sobrio de los evangelistas. Y nada menos que es la institución de la Eucaristía; gracias a este gran misterio, Jesús se va y se queda. Y cada día, en la Santa Misa, el sacerdote, en la Consagración, bajo las especies del pan y del vino nos lo trae. Jesucristo está realmente presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. A través de la Eucaristía descubrimos, como ha dicho bellamente San Josemaría, movido por su Amor, quien no necesita nada, no quiere prescindir de nosotros.
Pongamos en la patena al asistir a la Santa Misa, nuestra vida entera -siempre o casi siempre, cotidiana, con preocupaciones, con alegrías, con cansancios, con sorpresas… -uniéndonos al sentido redentor y salvador que el amor de Dios nos ofrece
El Evangelio de hoy termina con unas palabras bíblicas en las que rememoran su Pasión, su Muerte, su Resurrección. Todo lo ha hecho por ti, por mí. Llenos de la esperanza, descubramos a través de la Misa la locura de Amor de Dios. Sin miedo a nada, sin desgastes tontos. En cada Sagrario Jesús nos espera, nos comprende, nos exige, nos perdona, nos ama.