«En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: «Está cerca de vosotros el reino de Dios” ». (Lc 10,1-9)
En pleno corazón de este mes de octubre en el que los cristianos oramos de un modo más intenso por las misiones, celebramos hoy la fiesta del evangelista San Lucas, un discípulo misionero de la primera hora. En el Evangelio de este día el Señor nos habla de la necesidad de orar por la misión y de cooperar en ella con decisión: Todos misioneros.
En paralelo con la misión de los Doce (Lc 9, 1-9), Lucas, y solamente él, narra la misión de los setenta y dos. Esta perícopa es una creación literaria del evangelista de la universalidad que relata —en el libro de los Hechos de los Apóstoles— la apertura a los paganos y el éxito que tuvo entre ellos el Evangelio.
El envío de Jesús y las instrucciones que da a los discípulos son responsabilidad de toda la comunidad: El Señor designó a otros setenta y dos y los envió… de dos en dos. Lucas intenta hacer ver la legitimidad y responsabilidad misionera de todos; no solo de los Doce y sus representantes. Y justifica la expansión universal del cristianismo como encargo personal del propio Jesús que aparece enviando a los setenta y dos a todas partes (este número tiene un valor simbólico de universalidad).
La misión tiene un carácter comunitario, ha de realizarse de dos en dos con el fin de mostrar con los hechos y la vida lo que anuncia la palabra. Restringir el encargo de anunciar el Evangelio a los sacerdotes, religiosos y misioneros, es empobrecer el texto y el pensar de Jesús. Es necesario que haya hombres y mujeres, fieles cristianos que tengan sentido de comunidad, que trabajen para que no se pierda el fruto. La comunidad cristiana ha de pedir al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Pedir es tomar conciencia de las necesidades del Reino y poner los medios adecuados; es confiar en Dios y asumir nuestra misión y responsabilidad. Cuando se vive en sintonía con el plan de Dios no puede haber paro en las comunidades. Toda comunidad cristiana es por sí misma misionera.
Ya ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Esta es la Buena Noticia que hay que anunciar. La misión consiste en hacerla presente con el testimonio y la praxis: compartiendo, curando a los enfermos, construyendo la paz. Empieza un orden nuevo. La misión no puede hacerse con intimidación, ni a la fuerza. El Evangelio no se impone —afirmaba el Beato Juan Pablo II—, se propone: Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa…
La urgencia nace de la experiencia positiva de la Buena Noticia, del deseo de compartirla, del dolor que surge al ver que otros carecen todavía de ella, del anhelo de transformar la realidad. Muchas recomendaciones hay que entenderlas desde esta perspectiva: Rogad…, ¡En marcha!, No os paréis a saludar en el camino…, No andéis cambiando…, No llevéis bolsa…Todas ellas expresan la experiencia gozosa del Reino que uno no puede guardársela para sí ya que le quema por dentro.
Las indicaciones que Jesús da a los setenta y dos han inspirado muchas empresas misioneras a lo largo de la historia de la Iglesia, y siguen siendo una pauta para nosotros. Estas instrucciones cristalizan en la libertad de los discípulos: No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias (v. 4). Es decir, no confiéis en vuestras posesiones, no os apoyéis en el dinero ni en la fuerza. Si no, no podréis ser testigos de la paz, no sabréis dar vida a los demás; en una palabra, no estaréis en condiciones de anunciar que el Reino está cerca.
Para ser libres hemos de aprender a vivir ligeros de equipaje. Todo lo contrario de lo que hoy pregona la sociedad que busca la libertad en la seguridad del tener y acumular.
Juanjo Calles