«En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”, esto es: “Ábrete”. Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”». (Mc 7,31-37)
Es te episodio se enmarca dentro de los viajes de Jesús fuera de Galilea. Él acaba de curar a la hija de una siriofenicia —gentil—, poseída por un demonio que, postrándose a sus pies, le suplica su curación. Jesús respeta la Ley judía, y sana a la niña sin ningún contacto físico, sólo con su Palabra.
Es, diríamos, un milagro paralelo al de la curación del criado del Centurión romano que nos relatan los evangelistas Marcos y Lucas, (Mc 8 y Lc 7), en los que, por su Palabra, realiza el milagro de la curación. En este caso, Jesús —que sale del Padre y volverá al Padre— en su caminar por toda Palestina, atravesando la Decápolis — las diez ciudades romanas— le presentan un sordo, que además, era mudo.
Jesucristo hace un rito extraño; diríamos que, al menos, llamativo. En la curación del “ciego de nacimiento” que nos relata Juan en (Jn 9,6), Jesús escupió, en el suelo, hizo barro y untó con ese barro los ojos y oídos de un ciego.
Estos ritos estaban prohibidos por la Ley de Moisés y nos lo relata el libro del Levítico (Lv 3,2) cuando dice: “… Impondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda y la inmolará a la entrada de la Tienda del encuentro…”, cuando cuenta el ritual de los sacrificios. En aquella época, el no realizarlo así representaba magia o superchería.
Es por ello que, seguramente, Jesús le apartó de la gente para no caer en escándalo para los judíos de la época.
Con la saliva le toca la lengua. En los tiempos de Jesús, la saliva era considerada como una “condensación” del espíritu, al igual que el vino o el aceite, que eran considerados elementos de curación. Por otro lado, al ser probablemente pagano el personaje, no le repugnaría el rito al estar acostumbrado a ritos de magia similares. Por otro lado, Jesús demuestra, de esta manera tan peculiar, que su Cuerpo, unido a su Divinidad, le permite realizar estas obras que podría haber realizado solamente con su Palabra.
Por otro lado podemos interpretar la saliva como unida directamente a la palabra, a su Palabra. Y de esta manera, entendemos los cristianos que la Palabra con mayúscula, el Evangelio, es el medio seguro de curación; de curación física, pero sobre todo, de curación del alma. La sordera del ser humano es curada por la Palabra del Señor, representada aquí por la saliva. De igual manera, nuestros oídos se abren al contacto con Jesús, como a su contacto quedó igualmente curada la hemorroísa.
Jesús les manda no decir nada a nadie. Él no ha venido a ser proclamado rey en la tierra. Lo es, en el Cielo y en la tierra, pero es el Padre quien lo dignifica. Y no quiere ser proclamado rey. Él ha venido a servir y no a ser servido, y así nos lo hace saber en el episodio del “ lavatorio de los pies”.
Pues pidamos al Señor Jesús que también a nosotros nos abra los oídos del alma y cure nuestra ceguera; que suelte nuestra lengua para proclamar que Jesús es el Señor.
Alabado sea Jesucristo.
Tomás Cremades