En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a los fariseos y maestros de la Ley: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, contento, la pone sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión» (San Lucas 15, 3-7).
COMENTARIO
La parábola de la oveja perdida es una de las parábolas de la misericordia junto con la parábola de la moneda perdida y la del hijo pródigo. El conjunto de esas tres parábolas caracteriza la figura y el mensaje misericordioso de Jesús de Nazaret tal como lo muestra el evangelista Lucas, a tal punto que llegó a considerárselas «el corazón del tercer evangelio». suele asociarse la parábola de la oveja perdida con la advocación de Jesucristo como Buen Pastor: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas»
La parábola no se interesa tanto por la historia de la oveja, que según el propio relato simboliza al hombre pecador caído en desgracia («Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta…») El personaje central de la parábola es el pastor, con el que se representa a Dios Padre («De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»).
Cuando escuchamos las palabras que el pastor dice cuando encuentra la oveja perdida, tendemos siempre a situarnos en el grupo de los noventa y nueve justos y observamos “distantes” cómo Jesús ofrece la salvación a cantidad de conocidos nuestros que son mucho peor que nosotros… ¡Pues no!, la alegría de Jesús tiene un nombre y un rostro. El mío, el tuyo, el de aquél…, todos somos “la oveja perdida” por nuestros pecados; así que…, ¡no echemos más leña al fuego de nuestra soberbia, creyéndonos convertidos del todo! Para terminar, conviene recordar algo también importante para nuestra vida. En el tiempo que vivimos, en que el concepto de pecado se relativiza o se niega, en el que el sacramento de la penitencia es considerado por algunos como algo duro y triste. El Señor en su parábola nos habla de alegría. Vemos primeramente como el pastor al percibir la pérdida de la oveja, no manifiesta sentimientos de cólera, solo la preocupación por encontrarla. La pena y el dolor lo obligan a entrar en acción, a buscarla afanosamente pero pronto, la alegría por haberla encontrado constituye el núcleo central de la parábola. Esta alegría del Señor es una constante que atraviesa todo el Evangelio. Zaqueo invita a Jesús a comer para celebrarlo, después de ser perdonado (cf. Lc 19,1-9); el padre del hijo pródigo perdona y da una fiesta por su vuelta (cf. Lc 15,11-32), y el Buen Pastor se regocija por encontrar a quien se había apartado de su camino.
Es la alegría de la salvación, de la paz, de la Pascua, de sentirnos perdonados, acogidos y amados por Dios.