En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: – «¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene». Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: – «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado». Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora. (Jn 7, 1-2.10.25-30)
Este texto de Juan que la Iglesia nos coloca en el viernes de la cuarta semana de cuaresma, es un pasaje de la vida de Jesús que tiene lugar tras la proclamación del Discurso del Pan de Vida, al día siguiente de la multiplicación de los panes. Este discurso ha supuesto un punto de inflexión en la vida pública del Señor. Si el día anterior al mismo era proclamado como «El Profeta que había de venir» Ahora nos encontramos con un Jesús que se esconde y no quiere subir abiertamente a Jerusalén a la Fiesta de las Tiendas, «porque los judíos trataban de matarlo» (v.1). Con estas dos categorías del esconderse y no subir abiertamente, la teología de Juan pone ante nuestros ojos el Misterio mismo de Cristo, que progresivamente se va revelando desde el Prólogo hasta el «subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro» de Jn 20,17.
La Verdadera vida y persona de Jesús se les escapa a sus contemporáneos, como aún se nos “escapa” a muchos de “los suyos”. Estas dos categorías teológicas del misterio de Jesús, encuentran su paralelo y explicitación progresiva en los vv. 28-29: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco porque procedo de él y él me ha enviado» La vida terrena de Cristo sólo puede ser conocida desde el misterio de fe de su «ser enviado por el Padre» al que él mismo mira, orienta y dirige todo su ministerio salvífico. Cristo vive centrado en la voluntad del Padre, en su envío, en su Misión redentora, esta es su brújula y su Norte, la “obsesión” de su vida terrena: su hora (v.30 ), que no es otra que la hora del Padre. Con el tema de la “hora” Juan articula toda su soteriología, donde Cristo no dará un paso sin que sea su momento y al modo marcado por el Padre. Este esconderse o manifestarse del Señor no es una simple medida de prudencia o una cautela moral, que podría encubrir, como es en el caso de los hombres, un miedo acicalado. Esta decisión de Jesús de subir a ocultas, es una manifestación más de su unión con el Padre, unión sustancial, unión de voluntad, unión en el amor, porque la Trinidad Santa no es sino el Amor personificado en tres y de tres.
La hora de Cristo, que de momento no ha llegado (cf. V.30) mira hacia la Cruz, el trono desde el cual el Hijo glorificará al Padre en la Redención y Restauración del hombre. Cuando el Hijo sea levantado sobre el trono de la Cruz, habrá subido manifiesta y notoriamente, y con él, la verdadera Jerusalén, la Jerusalén celestial, la Iglesia.
Con este pasaje joánico, la Iglesia nos invita, casi en el pórtico de la Semana Grande, a reflexionar si nuestras vidas, como la de Jesús, están centradas en hacer en todo y a su modo, la voluntad del Padre, si la tiranía de nuestros miedos, nuestras falsas prudencias y los “afanes” de la vida, nuestros intereses propios o los intereses de una sociedad sin Dios, nos impiden esto. ¿Vives mirando la hora de Dios para ti?
Hijas del Amor Misericordioso